Lenta pero inexorablemente se acerca el día de la muerte política de Andrés Manuel López Obrador. Por fortuna no será muerte física, sino “solamente” política. Dentro de menos de un año amaneceremos huérfanos quienes simpatizamos o hemos luchado por la Cuarta Transformación. La muerte política de Andrés Manuel es de carácter institucional: dejará de ser presidente de México en un país en el que por fortuna no hay reelección. Pero también su muerte política será total, porque por una decisión propia, López Obrador no solamente dejará de ser presidente, sino también se retirará absolutamente de la política. Vamos, ha dicho que ni siquiera con sus hijos hablará de política. Aunque seremos felices porque lo supondremos en su quinta en Palenque, disfrutando de la vida, de sus árboles, de sus libros, de su familia, ya no tendremos la referencia de sus opiniones, ni podremos escuchar sus orientaciones en las conferencias mañaneras.
Para los millones de mexicanos que forman parte de las derechas sean neoliberales o neofascistas, la ausencia del timbre, de su voz, de su acento costeño, será un alivio. Disfrutarán de un mundo sin López Obrador después de casi treinta años de estarlo sufriendo. Para la mayoría de los mexicanos, los muchos más millones que se expresan en el 70-80% de los que aprueban su gestión, vendrá el síndrome de abstinencia, la cruda. El flato (Guatemala), el guayabo (Colombia) que viene después de años de tener una adicción, la adicción de saber qué piensa, que dice, en donde anda, en suma, saberse protegidos por su liderazgo.
Pero más importante que todo lo anterior será que las derechas aprovecharán su ausencia como una ventana de oportunidades para tratar de debilitar a la 4T. Ha sucedido en otros países cuando liderazgos carismáticos ha desaparecido o se encuentran en crisis: Venezuela con la muerte de Chávez, Bolivia con el derrocamiento y exilio de Evo, Ecuador con la judicialización y exilio de Correa. Por fortuna para Cuba, la desaparición de Fidel fue paulatina a partir de su enfermedad y dio tiempo de una sucesión ordenada e institucionalizada. En el caso de México habrá que asumir que aun cuando la desaparición de López Obrador fue procesada por una sucesión diseñada por él mismo, ninguno de los líderes o lideresas que constituyen el relevo generacional podrá estar a su altura. He aquí el costo de los liderazgos que surgen cada cien años.
En una reflexión hecha por el politólogo español Juan Carlos Monedero que ha titulado “Catorce tesis sobre Morena (y los partidos políticos) y una canción desesperada”, se acompaña precisamente de una frase sobre el momento delicado que empezaremos a vivir acaso desde meses antes del 1 de octubre de 2024. Dice Monedero: “Hay líderes que fundan partidos y fundan épocas y su sustitución suele ser una catástrofe. Son momentos muy arriesgados, porque los adversarios políticos, sobre todo los que representan al viejo mundo intentan asestar el golpe definitivo para de alguna manera regresar”.
Pero la ausencia de López Obrador no solamente será un riesgo por los embates que vendrán de la derecha aprovechando la ausencia de un líder que fundó una época además de fundar un partido. La ausencia de Andrés Manuel también pesará en el mantenimiento de la unidad de Morena. Sin su presencia será mayor el riesgo de problemas como los que han presentado Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard. La presencia centrípeta de López Obrador logró neutralizar las rebeliones producto de ambiciones no satisfechas de ambos. Bastó con que Andrés Manuel no recibiera a Monreal en Palacio Nacional durante diez y ocho meses para que lo acabara en las encuestas y ni siquiera figurara como aspirante a la jefatura de gobierno en la Ciudad de México. Lo mismo está sucediendo con Ebrard, por lo menos esa es la percepción que me queda cuando veo cómo sus diputados lo están abandonando. A Ebrard no le queda sino volver al redil disciplinado y debilitado o finalmente irse con la minoría de sus seguidores a Movimiento Ciudadano.
Pese al aglutinante poderoso que es en México el presidencialismo, eso ya no sucederá con Claudia Sheinbaum como presidente. Los riesgos de una cohesión desquebrajada serán mayores una vez que López Obrador deje de existir como realidad política. Entonces vendrán también los costos que tienen las necesidades de alianzas para lograr el Plan C y el consiguiente pragmatismo que administra el oportunismo. Veremos si los Rommel Pacheco, Gonzalo Espina, Gabriela Jiménez, Omar García Harfuch (o aquí en Puebla José Chedraui o Tony Gali López) y otros especímenes similares siguen refrendando fervorosamente su adhesión los principios de la 4T. Entonces vendrá el momento de la verdad, el momento en que se sabrá que pesará más: la fuerza de la coherencia ideológica o los efectos perversos del oportunismo y el pragmatismo.