Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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El domingo 20 de agosto de 2023 quedará como un día histórico en Guatemala. El binomio presidencial del partido Movimiento Semilla resultó triunfador en la segunda vuelta electoral con 2.441,661 votos que representó un 58% de los sufragios contra 1.567,472 y 37.2% de Sandra Torres de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE). El voto nulo y en blanco ascendió a casi 200,000 votos lo que representó 5.75% de los sufragios. El nivel de participación en la segunda vuelta fue de 44% lo que significó un aumento de 2% en relación a la segunda vuelta electoral de 2019 y un nivel de participación electoral habitual en el balotaje guatemalteco. El evento electoral no observó incidentes mayores que pudieran afectar su legalidad.

 La segunda vuelta electoral no fue un evento que enfrentara a las dos fuerzas por su ubicación en el espectro político. No fue una confrontación entre izquierda y derecha sino entre la efervescencia popular que despertó el que Bernardo Arévalo pasara a la referida segunda vuelta y la maquinaria electoral del gobierno de Alejandro Giammattei y la del partido UNE encabezado por Sandra Torres. En otras palabras, fue un enfrentamiento entre la decencia y la corrupción aliada al crimen organizado.

 El triunfo de Bernardo Arévalo y Karin Herrera no fue una victoria electoral más. Fue la consumación de un anhelo popular como el que no se había observado desde muchos años atrás. En los votos emitidos a favor de Movimiento Semilla se condensa una multitud de agravios acumulados desde el derrocamiento de Árbenz en 1954. Desde la frustración y rabia que generó dicho derrocamiento con su cauda de feroz anticomunismo y persecución, hasta la indignación que ha generado el Pacto de Corruptos con su venalidad defendida cada vez más por métodos dictatoriales. Y en medio de estos hechos las largas décadas de miseria y desigualdad, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, dictaduras militares y rampante desigualdad. Por ello el triunfo de Bernardo Arévalo fue celebrado con un júbilo popular que no se había visto con motivo de una victoria electoral.

Pero todavía falta un gran trecho que comenzó el 20 de agosto y terminará en su primera fase el 14 de enero de 2024 cuando Bernardo Arévalo tome posesión como presidente de Guatemala. En ese lapso de 148 días Movimiento Semilla y la voluntad popular tendrán que resistir las maniobras judiciales del Pacto de Corruptos que comienzan con las pretensiones de quitarle la legalidad a dicho partido. Tendrá que enfrentar la guerra psicológica con rumores de órdenes de aprehensión para dirigentes y militantes de Movimiento Semilla y la eventual captura de los mismos. Arévalo y la voluntad popular tendrán que encabezar la resistencia contra las pretensiones de reventar los resultados electorales y la eventual desaparición legal de Movimiento Semilla.

Y a partir del 14 de enero de 2024 cuando Arévalo asuma la Presidencia de la República, el nuevo gobierno tendrá que enfrentar el embate de la mayoría legislativa y la acción del Pacto de Corruptos desde la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Constitucionalidad, el Congreso, la Fiscalía Especializada Contra la Impunidad y otras instancias del Estado en donde se anidará el Pacto de Corruptos en una situación de desventaja hasta entonces desconocida, pero que no le impedirá el sabotaje al nuevo gobierno.

El triunfo de Bernardo Arévalo y Movimiento Semilla es el evento progresista más relevante desde la contrarrevolución de 1954. Aun cuando Arévalo reivindica ese gobierno como una “Nueva Primavera” aludiendo a la primavera democrática de 1944-1954, la victoria va más allá de esa reivindicación. El triunfo y el nuevo gobierno deben ser defendidos porque significan la posibilidad de que Guatemala deje de ser el botín de un grupo de bribones y se convierta en la patria que cobije a todas y todos las y los guatemaltecas y guatemaltecos.

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