Carlos Figueroa Ibarra
El mundo progresista ha respirado aliviado y con euforia ante el triunfo electoral de Luiz Inácio Lula da Silva, el pasado domingo 30 de octubre. Hace unos meses, las encuestas predecían una aplastante victoria del antiguo líder metalúrgico frente al militar neofascista y presidente de Brasil Jair Bolsonaro. Todavía días antes de la primera vuelta las encuestas le daban a Lula un 48% y a Bolsonaro un 34%. Los resultados de esa primera vuelta estremecieron a la izquierda del mundo y en particular a la latinoamericana. Lula obtuvo el 48% pero Bolsonaro obtuvo un 43%. Esto reveló que el ánimo neofascista que recorre al mundo, se encontraba también en los pliegues profundos de Brasil.
La primera vuelta también fue decepcionante para la izquierda porque las derechas obtuvieron mayoría en ambas cámaras y controlan la mayor parte de las gubernaturas. Entre ellas tres fundamentales: Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais. Resultó claro que el país se encuentra dividido para decirlo esquemáticamente, entre el norte y nordeste que apoya a Lula y el sur y el sureste que está con Bolsonaro.
La segunda vuelta repitió la geografía electoral de la primera y como es sabido, Lula ganó con el 50.9% de los votos (60.346 millones) contra el 49.1% de Bolsonaro (58.206 millones). Una victoria de resultados cerrados para el progresismo que resulta sumamente preocupante. Ciertamente como lo dijo el columnista Martín Granovsky de Página 12 son mejores los problemas del triunfo que la melancolía de la derrota. Pero los problemas del triunfo no solamente son la correlación de fuerzas desfavorables en las cámaras y gubernaturas del país.
Lo problemas del triunfo son el que al igual que Trump en Estados Unidos, el candidato neofascista 44 horas después de su derrota alardeó una enorme cantidad de millones de votos y no reconoció el triunfo de su oponente. Problemas del triunfo son que al igual que Trump, cuenta con una base social neofascista beligerante y de ánimo golpista como lo demuestran las masivas demostraciones ante cuarteles militares demandando un golpe de Estado. Esa base social que ha sumado en los días posteriores a la derrota más de 500 manifestaciones de protesta y aproximadamente 300 bloqueos de carreteras particularmente, de nueva cuenta, en el sur y sureste de Brasil.
El fascismo clásico fue primeramente un movimiento de masas y posteriormente al triunfar, un régimen reaccionario de masas. El neofascismo actual, comparte ese rasgo en muchos de los países en los cuales se está observando. El paro observado en el departamento de Santacruz en Bolivia muestra también ese sustento de masas y cómo se observó entre 2019 y 2020, el neofascismo boliviano tuvo masas más allá de su bastión cruceño. De igual manera no es posible desestimar al uribismo en Colombia, al pinochetismo en Chile. Derechas y ultraderechas han mostrado capacidad para movilizaciones masivas en Venezuela, Argentina y Nicaragua.
Las victorias de esta segunda ola progresista en América Latina se están observando en medio de la reacción que dichas victorias están generando. Lula gana la presidencia en el contexto de un auge neofascista en buena parte del mundo. Auge provocado por la crisis neoliberal que atiza la xenofobia y el racismo en los países centrales y el anticomunismo en Latinoamérica. Y resulta necesario, como se empieza ya a decir, tratar de discernir las causas de ese auge.
En el caso de Brasil pareciera que 58 millones de brasileños al menos, han olvidado cómo el gobierno de Lula sacó de la pobreza a 57 millones de personas y del hambre a otras 36 millones, hizo crecer el salario mínimo en 74% sin inflación, aumentó el crédito para la agricultura familiar, creó programas como Bolsa Familia, Luz para todos, Universidad para Todos, el cual creó 14 universidades nacionales y 126 campus nuevos, además de 214 escuelas técnicas superiores. Todo ello en medio de un crecimiento económico que colocó a Brasil como la quinta economía del mundo. No en balde Lula terminó su gobierno con 75-80% de popularidad.
Necesaria reflexión para México en un momento en que la 4T desborda optimismo para el 2024. En un artículo reciente publicado en el medio digital Manifiesto 21, mi amigo y camarada René Ortiz ha alertado sobre la reunión mundial de neofascistas que se celebrará en México en noviembre próximo. Tal reunión es convocada por una autodenominada Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) y reunirá a ultraderechistas de diversos países.
En las redes sociales han estado circulando dos mapas después del triunfo de Lula. Uno de carácter ultraderechista que pinta a todo el continente americano de rojo, por lo que se deduce que ven a Biden y a Trudeau como parte del populismo-comunismo. Otro difundido por una eufórica izquierda que también pinta de rojo a casi toda América Latina. El primer mapa está animado de paranoia anticomunista. El segundo ignora que debajo del rojo, emerge un negro neofascista al cual habrá que poner atención.