Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

El tema de lo que significa traición a la patria ha recrudecido su presencia en México desde el domingo 17 de abril, cuando la minoría opositora neoliberal impidió la mayoría calificada para aprobar la reforma constitucional sobre la electricidad. En efecto se necesitaban 2/3 de los votos (334 votos) para que se volviera precepto constitucional el control estatal de la energía eléctrica. Los diputados del PRI-PAN-PRD-MC (223) votaron en contra de una reforma constitucional que favorecía la soberanía y seguridad eléctrica en el país y se pusieron de lado de las empresas extranjeras que controlan hoy la mayor parte del mercado de la electricidad en México.

Desde entonces el calificativo de “traidor/a a la patria” ha recorrido medios de comunicación y redes sociales de manera profusa. La minoría de diputados que bloqueó la reforma constitucional (y la derecha neoliberal que los apoyó), se ha quejado con respecto al linchamiento mediático de que han sido objeto en medios y redes al ser acusados de “traidores a la patria”. De hecho, una encuestadora cercana al PAN determinó que el 62.5% de los encuestados consideran a los diputados que votaron contra la reforma eléctrica “traidores a la patria”.

Antes de la hegemonía neoliberal era más o menos claro lo que significaba traicionar a la patria.  Porque la patria se asentaba en un territorio determinado sobre el cual el Estado ejercía una soberanía efectiva (las repúblicas reales de los países centrales) o una soberanía formal (las repúblicas simuladas de los países neocoloniales o semicoloniales). El neoliberalismo y la globalización hicieron a los Estados nacionales realidades difusas y por tanto disminuyeron la respetabilidad del patriotismo. En el momento del auge neoliberal, los tecnócratas neoliberales en México hacían el chiste de “que había que dejar de jugar al Niño Héroe”, aludiendo a los imberbes cadetes del Colegio Militar que se inmolaron en el Castillo de Chapultepec en la resistencia patriótica a la invasión estadounidense de 1847.

La globalización neoliberal ha propiciado la apertura mercantil y la eliminación del proteccionismo. Pero esto ha sido particularmente cierto para los países periféricos del sur global. Los países centrales del capitalismo, son celosos de la preservación del control nacional de las áreas fundamentales de su economía y de sus recursos naturales. Para Estados Unidos de América y similares, les parece agraviante que México quiera que el Estado preserve el control del 54% de la electricidad y que privilegie el despacho privado de la misma aunque las hidroeléctricas se rebalsen y su desfogue provoque inundaciones. A la derecha neoliberal le parece patriótico abrir las puertas al capital extranjero y a la iniciativa privada para que manejen el sector energético y los recursos naturales. Le parece patriótico importar alimentos en vez de que el campesinado nacional los produzca.

En estos tiempos neoliberales conviene recordar que traición a la patria no es solamente apoyar a los invasores extranjeros, propiciar actitudes separatistas, atentar contra la integridad territorial. Esto lo han hecho las derechas en diversos lugares del mundo. Pero cuando estas derechas nos dicen hoy que globalizar es hacer patria, hay que remarcar que hay otras soberanías que garantizan la independencia de un país: la soberanía energética que comprende a recursos energéticos y electricidad, la soberanía sobre los recursos naturales en general, la soberanía alimentaria. Poner en riesgo estas soberanías no es precisamente patriotismo sino todo lo contrario.

Lo sucedido en México con el rechazo a la reforma eléctrica evidencia que la idea de patria neoliberal en la periferia capitalista es la de la patria de los grandes poderes del dinero (mayoritariamente extranjeros), la del territorio nacional y sus recursos como fuente de ganancias para el gran capital (mayoritariamente extranjero) y la de la inmensa mayoría de sus habitantes como mera fuerza laboral precarizada en caso tengan la fortuna de tener empleo. Y francamente esa idea de patria me parece más bien como no tener patria.

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