Carlos Figueroa Ibarra
Sesenta años han transcurrido desde aquellos meses de marzo y abril de 1962, en los cuales la sociedad guatemalteca observó una rebelión urbana que era la respuesta a la contrarrevolución que derrocó a Árbenz en 1954, pero que también fue el preámbulo del primer ciclo guerrillero que se observó en el país. Marzo y abril de 1962 fue la bisagra entre la contrarrevolución de 1954 y el clima insurreccional que desató la revolución cubana de 1959. La rebelión de masas de 1962 tuvo causas diversas que hacen que su interpretación debe hacerse desde la complejidad y no desde el reduccionismo. Contrariamente a lo que se ha pensado, no fueron las acciones militares de los militares rebeldes de 1960, convertidos en incipientes guerrilleros urbanos, los que desencadenaron a dicha rebelión. Aunque éstas acciones militares podrían haber impactado en el ánimo de las masas urbanas de aquel momento, hubo otros factores que también influyeron y que acaso fueron más importantes.
Algunos de estos fueron el crecimiento demográfico urbano observado en los años anteriores a 1962 en el contexto de una miseria significativa en el campo; también el crecimiento de las áreas marginales y barriadas populares con una creciente masa de población desempleada, subempleada o empleada con salarios muy bajos; finalmente el crecimiento de categorías ocupacionales urbanas que podrían englobarse grosso modo como parte de clases medias bajas y de clase trabajadora. Pero más allá de estos factores estructurales, habría que considerar los efectos subjetivos que en la sociedad guatemalteca dejaron los diez años de la Revolución de Octubre de 1944. Lo que sucedió en realidad fue que marzo y abril fue la culminación de todas las luchas populares urbanas que se observaron desde 1956 cuando se observó la primera protesta abierta contra la dictadura de Castillo Armas.
La resistencia al orden contrarrevolucionario tuvo un contexto más favorable con motivo de la crisis de poder que originó el asesinato de Carlos Castillo Armas en 1957. El espacio abierto por Miguel Ydígoras Fuentes (1958-1963) en los primeros tiempos de su gobierno, también creó mejores condiciones para una expansión del movimiento popular y de partidos demócratas y revolucionarios, que actuaban en la legalidad o en la clandestinidad. La revolución cubana agregó un radicalismo nacido de una expectativa de poder que tenía visos de realidad. A las luchas populares y estudiantiles que ya hemos mencionado en el capítulo anterior, podrían agregarse las que se dieron en 1961 contra el impuesto sobre la renta y por la derogación del Decreto 59 (la ley anticomunista).
Expansión objetiva de los sectores populares urbanos y una nueva subjetividad política en ellos, radicalmente distinta a la de la época del Estado oligárquico, fue pues el contexto estructural de la rebelión. Corrupción descarada, fraudes electorales (1959 y 1961), represión, una política exterior torpemente conducida (la reivindicación de Belice y el enfrentamiento con México por el ametrallamiento de un barco camaronero) y un presidente proclive al ridículo pudieron ser los agravios que finalmente la desencadenaron.
En el concierto de fuerzas políticas y sociales que hicieron posible la revuelta de marzo y abril de 1962 como fue la clase política agrupada en partidos de izquierda moderada, centro, derecha y ultraderecha, los sectores populares y clases medias urbanas, se destacaría un segmento que provenía de estos dos últimos sectores, cuya vida cotidiana los hacía más susceptibles a una más consistente politización de izquierda: los jóvenes estudiantes de educación media y universitaria. Es éste el sujeto colectivo más beligerante de la rebelión popular, el que al menos durante el mes de marzo, a través de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) y el Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco Organizado (FUEGO), llevó en sus manos la batuta que dirigió la revuelta. Esa juventud popular y de clase media urbana, llegó en determinado momento a desplazar a los partidos políticos que participaron en la rebelión por sus agravios con Ydígoras.
El que las jornadas preinsurrecionales de marzo y abril de 1962, fueran una respuesta a la contrarrevolución de 1954, se expresa en el hecho de que la AEU y el FUEGO, empezaron demandando la anulación de las elecciones de diciembre de 1961 y terminaron exigiendo además de la renuncia de Ydígoras, la disolución del Congreso, reformas agraria y urbana, y ni más ni menos que la derogatoria de la constitución de 1956 (establecida por la contrarrevolución) y restitución de la de 1945 (producto de la revolución de 1944). Ninguno de los partidos políticos de derecha y ultraderecha que eran opositores a Ydígoras podía aceptar las demandas de los estudiantes porque ellos habían sido partícipes de la contrarrevolución de 1954. En general los partidos políticos de centro y derecha, y esto especulaban con la posibilidad de un golpe de estado o reducían sus pretensiones a la renuncia de Ydígoras y a la convocatoria a nuevas elecciones en un corto plazo.
En realidad en el contexto latinoamericano creado por la revolución cubana ni la burguesía guatemalteca, ni el ejército estaban dispuestos a apoyar un cambio de gobierno en el marco de una rebelión popular. Más que a una ruptura revolucionaria, la rebelión popular consolidaba el camino hacia una dictadura militar que tenía garantizado el beneplácito de Washington. Esta última se observaría con el golpe de estado de marzo de 1963 que derrocó a Ydígoras.
En 1977, en su visión retrospectiva de los acontecimientos, Bernardo Lemus quien fuera un activo participante en las jornadas de marzo y abril de 1962, con gran agudeza concluía que dichas jornadas demostraban que ya no era posible en Guatemala derrocar a un gobierno si la lucha de masas no contaba simultáneamente con instrumentos armados que respaldaran su acción. Si esto era así, entonces el foco guerrillero de marzo de 1962 aplastado en Concuá, había sido expresión de las “armas sin el pueblo”. Y marzo y abril, manifestación del “pueblo sin las armas”.