El pasado viernes, en La Habana, se firmó un trascendental acuerdo entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional, ELN, donde se pactó el cese al fuego «bilateral, nacional y temporal», que entrará en vigor el 3 de agosto por un periodo de 180 días y tendrá «vocación de continuidad previa evaluación de las partes». Según Petro, «en mayo del 2025 cesa definitivamente la guerra de décadas entre el ELN y Colombia».
Mi interés al abordar este tema está relacionado con seis aspectos fundamentales.
El primero y más significativo es que cierra la etapa de las luchas revolucionarias armadas en América Latina, de la cual nuestra generación fue protagonista. Esta generación ya casi toda ha desaparecido, unos porque murieron heroicamente en el intento y otros porque nos alcanzó la vejez y la muerte.
En segundo lugar, tener presente que ella fue producto, entre otras razones, de la inspiración que proporcionó para las juventudes de entonces, la Revolución Cubana en 1959, que abrió la puerta a la posibilidad del triunfo de la revolución por la vía armada en el continente. El contexto que justificó esta rebelión fue la exclusión política que impusieron las oligarquías latinoamericanas y el imperialismo norteamericano, quienes en el marco de la “guerra fría”, impulsaron el exterminio de las luchas de liberación nacional de nuestros pueblos, definiéndolas como “el enemigo interno” a destruir en los países donde surgieran.
Un tercer aspecto es que la organización que ahora firma este acuerdo, el ELN, tuvo raíces profundamente cimentadas en la “teología de la liberación” que se impulsó en la iglesia católica, donde la “opción preferencial” por los pobres llevó a fortalecer la rebelión de los pueblos ante la represión y la exclusión. Recordemos para el efecto al cura Camilo Torres, uno de los principales dirigentes del ELN.
Un cuarto elemento que me interesa subrayar es que este acuerdo se haya firmado en Cuba, ratificando el rol de la revolución cubana tanto en apoyar las luchas de liberación de los pueblos, cuando ellas fueron posibles y necesarias, como el rol que ha jugado en la búsqueda de la paz, cuando se cerró el camino de la lucha armada. Cuba ha sido adalid en este sabio propósito. Su trascendencia aún no se entiende porque falta mucha información por revelar al respecto.
Un quinto elemento por subrayar es que la finalización de esta etapa de la lucha armada revolucionaria implica la necesidad de buscar la conciliación nacional en los países donde la misma se produjo. Este es un reto para los pueblos, sus liderazgos y sus organizaciones sociales y políticas. Quienes insisten en mantener el imaginario de guerra, además de no entender la trascendencia de haber superado esta etapa, se amarran al pasado, tratando de obtener con ello beneficios particulares, en muchos casos perversos.
Y un sexto y último elemento que quiero señalar es que un exguerrillero, Gustavo Petro, leal a sus principios revolucionarios, haya sido el Presidente que firmó el acuerdo. Esta es una inspiración para los pueblos y debería ser también para los liderazgos sociales y políticos de izquierda. Ha cambiado la forma principal de lucha, pero no puede haber renuncia a los objetivos que se persiguieron. Por eso son significativas sus palabras, cuando dijo el pasado viernes al firmar el acuerdo “…de cierta forma, aquí se acaba una fase, la insurgencia armada en América Latina, con sus mitos y sus realidades, de la que hicimos parte todos, la mayoría aquí, en esta mesa, porque la América Latina se transforma de otra manera, junto con la humanidad”.