Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

La “convergencia perversa” no se quiso arriesgar. Quienes participan en ella, de manera explícita o implícita, consideraron innecesario exponerse a la eventualidad de un triunfo electoral de la opción política que cuestiona el sistema. Es pertinente precisar la composición de esa convergencia y del sistema que defienden.

Allí están tres actores fundamentales. En primera línea, las redes político criminales constituidas por aquellos actores que han ido transitando de ser instrumentos de los poderes hegemónicos tradicionales, como solían serlo, a tener autonomía porque han acumulado capital para ello. Antes tocaban con humildad las puertas de los grandes empresarios para que los financiaran para luego, obviamente, pagar las facturas correspondientes. De esta sumisión no escapaba buena parte del poder judicial. Así las cosas, las leyes, la ejecución de ellas y las decisiones jurisdiccionales, estaban alineadas con esos intereses. En estas redes político criminales son actores relevantes aquellos que un apreciado amigo denomina los “cleptosarios”, porque su acumulación de riqueza no es producto de salir avante en la competencia que implica la participación en el “libre mercado”, sino que de los negocios fraudulentos con el Estado.

Convergiendo implícitamente con estas redes político criminales, en segundo lugar están los “verdaderos empresarios”, los que antes financiaban a los políticos. Algunos de ellos, hace pocos años, fueron procesados por financiar políticos corruptos que luego ganaron las elecciones a partir de ese apoyo. Me refiero a quienes hicieron Presidente a Jimmy Morales. A estos “verdaderos empresarios” les interesa que el status quo se mantenga, que las políticas públicas sigan siendo neoliberales y que la desigualdad se perpetúe. Les es indispensable que no haya políticos “populistas” que se atrevan a limitar al sacrosanto mercado, que despierten expectativas “desmesuradas” en los sectores populares, que la exclusión no se modifique, que el modelo extractivista funcione y que el Estado no intervenga para que no se limite la reproducción ampliada de su capital.

Y en tercer lugar, subyace el narcotráfico, cuyos intereses se ven ampliamente beneficiados cuando se debilita la institucionalidad del Estado al punto que pueden manipularla a partir de los recursos de todo tipo con los cuales cuentan.

Esta “convergencia perversa” ha reaccionado con absoluta coherencia ante el reto que supondría un eventual triunfo de la opción política que representa el MLP, máxime que ahora habrían participado electoralmente con un personaje en la Vicepresidencia que, no siendo indígena, podría apelar a sectores populares y medios, mestizos, que están hartos de la grosera y descarada corrupción imperante. Y digo que han sido coherentes porque habiendo sido exitosos en la cooptación de la institucionalidad estatal al punto en que ahora se encuentran, para qué correr riesgos innecesarios.
Máxime que tienen una mezcla de horror y desprecio ante la posibilidad que los indígenas adquieran poder político. Su racismo es producto de ese terror, alimentado porque han visto que en América Latina las opciones políticas de izquierda han cobrando fuerza y que los pueblos indígenas han demostrado su capacidad de rebelión ante el estatus quo.

Quienes tengan alguna esperanza que la Corte de Constitucionalidad podría enmendar esta conducta de la “convergencia perversa”, lamentablemente creo que verán frustrado tal sentimiento en los próximos días.

Sin la participación del MLP el pluralismo político queda sustancialmente debilitado. Recordemos que la guerra en Guatemala tuvo como una de sus principales causas la exclusión política que impulsó el anticomunismo. Se cerraron a tal punto los espacios para la participación que se orilló a la violencia como la única forma de responder ante tal exclusión. No digo que ahora existan condiciones para que nuevamente surja un conflicto armado como el que vivimos, pero la convulsión social sí es una posibilidad real. O sea que las acciones derivadas del terror de la convergencia perversa terminan por potenciar la veracidad de lo que tanto temen.

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