Por: Adrián Zapata
Los ciclos permiten pensar en los cambios. Esto es sano, desde el punto de vista individual y colectivo. El agobio que podemos sentir en determinadas circunstancias se alivia cuando termina un ciclo y el siguiente parece una nueva oportunidad. Esta subjetividad optimista tiene sustento porque durante la vigencia de un ciclo se van acumulando prácticas que crean condiciones de maduración para producir un cambio en las conductas individuales y colectivas. Se realimentan así las expectativas positivas ante las adversidades ocurridas en un ciclo que termina, renacen las esperanzas y los deseos de enmendar los errores y profundizar los aciertos.
Por eso, a 72 horas que se termine el 2022, los guatemaltecos podemos pensar en el nuevo año como uno de oportunidades para enmendar lo mal hecho.
El Presidente Giammattei podría pensar que aún le quedan 12 meses para que los guatemaltecos no lo recuerden como él prometió que no sería (un hijo de…). Las élites empresariales podrían arrepentirse de haber tenido en este período la misma conducta que históricamente los ha caracterizado, pero que ahora los ha metido en un fango que seguramente hasta ellos mismos lo sienten pestilente. Los sectores progresistas, categoría que puede abarcar más que las izquierdas tradicionales, podrían comprender que su enana estatura ideológica no les permite entender la necesidad de subordinar intereses particulares a objetivos de trascendencia nacional y que, por lo tanto, no tiene sentido pelearse entre ellos por las migajas que el sistema les otorga.
Y, siendo un año electoral, los candidatos que encabecen las opciones políticas que participarán en el proceso, podrían estar pensando en una plataforma programática que aborde los caminos de solución a los inmensos problemas estructurales que no nos permiten desarrollarnos.
Es más, los “abandonados” nacionales utilizados por los Estados Unidos, seguramente tendrán la esperanza que el gobierno norteamericano los vuelva a apadrinar, para seguir con su meritoria lucha contra la corrupción y la impunidad y/ó para revivir sus ingenuas aspiraciones políticas.
Lamentablemente, todos los lectores de este artículo que pudieran estar pensando en esas posibilidades, merecen que se les diga ¡por inocentes!, en consonancia con el día que “celebramos” hoy.
Todas las evidencias que tenemos no apuntan en esa dirección. Señalan un sentido contrario, aquel que conduce a la consolidación de una institucionalidad cooptada por esa “alianza perversa” construida alrededor de mantener privilegios y la impunidad que necesitan para proteger sus conductas mafiosas y delictivas. No hay indicio alguno, por lo menos hasta ahora, de que pueda surgir una fuerza social y política que rectifique ese perverso camino.
Tampoco parece factible que el Presidente tenga otra preocupación que no sea la de garantizar su impunidad ante la barbaridad de cosas que ha hecho. Y las élites empresariales no osan moverse de la posición en la cual se encuentran. Para ellos es fundamental garantizar que “nunca más” puedan ser afectados por la justicia en el mantenimiento de sus particulares intereses, aunque se tengan que tragar los tufos de las mafias.
Pero, a pesar de todo, no se puede ignorar la importancia del próximo proceso electoral, por amañado que parece estar. La solución, tanto para enfrentar la cooptación del Estado por las mafias político criminales como para tener un Estado que impulse políticas púbicas transformadoras de las condiciones estructurales existentes, pasa necesariamente por la Política. Coyunturalmente, por lo tanto, resulta relevante la presión social que se ejerza en el año venido sobre los próximos candidatos a cargos de elección, a todos los niveles ( Presidencia/Vicepresidencia, diputados y corporaciones municipales).
Así que no caigamos “de inocentes”, el ciclo 2022 se cierra para abrir uno nuevo, el 2023, donde la correlación de fuerzas está a favor de la continuidad, no del cambio.
Pero, a pesar de todo, les deseo un Feliz Año Nuevo…