Por: Adrián Zapata
Hace dos semanas las derechas lograron realizar una marcha en contra del gobierno en México. La base social de esta inconformidad promovida por los sectores oligárquicos son las clases medias aspiracionales. Por primera vez fueron relativamente exitosas, porque hubo cierta masividad en la participación. Vistieron su oposición al gobierno con un traje democrático, supuestamente defendiendo al Instituto Nacional Electoral, INE. Más allá de poder reconocer que podrían ser válidas algunas de sus inconformidades, la realidad es que es su odio ideológico al progresismo y la defensa de sus privilegios lo que las mueve.
En ese contexto, el pasado domingo, a convocatoria del primer mandatario, se realizó una marcha de apoyo a él y a su gobierno. Fue impresionante la magnitud de la misma. El intento que hizo la derecha hace 15 días de ganar las calles en la protesta quedó “humillado” ante una participación que se calcula en aproximadamente 1.2 millones de ciudadanos (as).
Me parece relevante subrayar los siguientes aspectos de esa marcha. En primer lugar, el descomunal carisma del Presidente. Después de cuatro años de ejercer el cargo la simpatía popular hacia él es impactante. Y esa simpatía es correspondiente con su conducta hacia la gente. Es como un pez en el agua caminando entre su pueblo. No hay seguridad que lo proteja, es el sentimiento de las masas su caparazón. En segundo lugar, hay que ser objetivos en las principales razones que motivan el apoyo popular del cual goza. Me refiero a su discurso contra la corrupción que continúa siendo creíble para la población y a los programas sociales que benefician a amplios sectores. Estos programas son piezas clave de una redistribución de la riqueza vía el Presupuesto nacional. Las derechas no lo entienden. Ellas aplauden cuando el Estado hace sacrificios fiscales para “promover la competitividad de las empresas”, pero condenan el gasto social, que torpemente califican de “improductivo”.
Lo acaecido el fin de semana significa una fortaleza para la última etapa del gobierno de AMLO; le da fuerza política para avanzar en su propuesta programática llamada 4T (la “Cuarta Transformación”). Pero el reto ahora es sentar las bases para la continuidad de este proyecto que no es de orden coyuntural, sino que de mediano y largo plazo. Habrá que impactar en la economía para que se avance en el logro de la igualdad. Al respecto, AMLO dijo “el progreso sin justicia es retroceso… Nuestra tesis es que no basta el crecimiento económico, sino que es indispensable la justicia…”.
Acertadamente ha dicho que en su gobierno “se ha desechado la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento que no necesariamente reflejan las realidades sociales”, agregando que “lo fundamental no es lo cuantitativo sino lo cualitativo; es decir, la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza”.
Ahora, el salto indispensable en la profundización de la 4T es avanzar en el impulso de la economía social para que los actores que se dedican a ella sean masivos y se logre un crecimiento económico inclusivo. Es fundamental democratizar la economía, para lo cual México cuenta con una institucionalidad pertinente, el INAES, Instituto Nacional de la Economía Social.
Así que las cartas están tiradas. Las derechas equivocadamente parecen atrincherarse en posiciones extremas, tal como lo demuestra la última reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora, organización mundial fundamentalista que recientemente se reunió en México, cuyo propósito explícito es librar la guerra contra el “progresismo”. El reto para las derechas mexicanas que tengan vocación democrática (que las hay) es cómo ejercer la oposición sin precipitarse estrepitosamente en el abismo del fascismo.
Profundizar la transformación estructural es el gran reto de la izquierda mexicana, en un contexto de plena democracia representativa.