Por: Adrián Zapata
La semana pasada en esta columna comenté los retos que enfrentan las izquierdas en América Latina, a partir del cambio de correlación de fuerzas políticas en varios países. Al respecto, esta semana leí una nota periodística que, con ocasión del viaje a la COP27 de Gustavo Petro, Presidente colombiano, refiere tres puntos que deberían ser el contenido del fortalecimiento de un “Eje Progresista” en el continente, constituido por lo que se denomina “la nueva izquierda”. Estos puntos son: la lucha contra la desigualdad, el ecologismo y el respeto a los derechos humanos.
Cuando comparo ese rumbo político de América Latina con lo que sucede en Guatemala, constato, una vez más, que nosotros siempre vamos contra corriente, sea en términos de avance o de atraso. En 1996 cuando se firmó la paz y entraron en vigencia los Acuerdos que la sustentaron, se pretendieron transformaciones imprescindibles para el desarrollo del país, particularmente en lo relacionado con aspectos socioeconómicos y agrarios, la identidad y derechos de los pueblos indígenas y la democratización, la cual era imposible en el marco de la contrainsurgencia entonces predominante.
Sin embargo, era la época de la hegemonía neoliberal en la economía globalizada, que nos ponía contracorriente para intentar cumplir los acuerdos. Esta consideración no niega la responsabilidad de nuestras élites políticas y empresariales en esta imposibilidad.
Y ahora que está en crisis el modelo económico que no nos permitió alcanzar los propósitos que inspiraban los Acuerdos de Paz en relación a temas estructurales y que a nivel continental avanza el “progresismo”, sucede que en Guatemala nuevamente estamos contra corriente. Habiendo condiciones para impulsar procesos de transformación económica, social y política, la cooptación del estado por la “convergencia perversa” no lo permite.
Pero mal haríamos en siempre culpar a los conservadores y reaccionarios de la situación prevaleciente. Hay una tremenda responsabilidad de los actores progresista y de las élites empresariales que no son delincuenciales en esta oportunidad que estamos perdiendo.
¿Será ingenuamente tonto pensar que el contenido que se propone para el “Eje Progresista” en América Latina no puede ser el mismo que permita la construcción de una convergencia virtuosa en Guatemala?
Es difícil de creer que los actores progresistas en este país pudieran, en teoría, rechazar ese contenido. Es más, una parte de las élites empresariales que tengan visión de largo plazo en su propósito estratégico de reproducción ampliada de su capital, deberían también coincidir, aunque sea en parte, con esta agenda programática.
Entonces, si tenemos el contexto continental favorable, si la unipolaridad mundial ha terminado, si los elementos centrales de convergencia están tan cristalinamente definidos, ¿qué evita la construcción de un “Eje Progresista Guatemalteco” caracterizado por la pluralidad?
Parece que hay una epidemia nacional de miopía política. Las izquierdas padecen de una subjetividad patológica que les imposibilita dejar de considerarse siempre como vencidos. Y, desde tal perspectiva, lo único que les queda es luchar entre sí por las migajas de poder que la cooptación institucional de la convergencia perversa les permite. Paralelamente, las élites empresariales están presas de su neurótica ambición de reproducir su capital siempre en el corto plazo y de hacer alianzas con un obtuso pragmatismo.
Estamos, nuevamente, contra corriente… con lo cual las mafias político criminales, los fundamentalistas religiosos y el narco están felices.