Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

El pasado domingo Gustavo Petro se convirtió en el primer Presidente de izquierda en Colombia. En los 200 años de vida independiente de ese país no había sido posible que un militante de dicha tendencia ideológica alcanzara esa responsabilidad. La Plaza Bolívar, así como las calles y las plazas adyacentes, se colmaron de pueblo entusiasmado. La espada del Libertador (Simón Bolívar) ingresó a la Plaza a los pocos minutos de que Petro fuera investido con la banda presidencial, cambiando la decisión del Presidente saliente de no aceptar esta simbólica acción.

Este trascendental hecho político es hijo de la paz, firmada entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos en septiembre del 2016. Es producto de las luchas de los militantes de izquierda que durante años de guerra ofrendaron sus vidas por la utopía revolucionaria. Es producto de la comprensión sobre la necesidad de construir la paz por parte de personas que, sin ser de izquierda, estuvieron y están convencidas de que la guerra debe terminar.

Y todo eso, a pesar de que los errores de la guerrilla colombiana los llevaron a una situación de gran deslegitimación política. Pese a que la derecha uribista, encarnada plenamente en el ahora ex Presidente Iván Duque, intentó “hacer trizas” los acuerdos.

Pero este gobierno de izquierda, que ahora comienza su gestión, no sería posible si el modelo neoliberal hegemónico durante cuatro décadas no se hubiera desgastado a nivel mundial, lo cual creó el escenario donde se discuten y surgen alternativas de izquierda, no necesariamente socialistas.

No sería posible si la protesta social no hubiera sido beligerante, retando desde las calles desbordadas de pueblo al poder de las derechas y su antipopular modelo hegemónico, tal como sucedió en Bogotá, Cali y otras ciudades en los años 2019 y 2020.

Por todo lo anterior, ¡qué acertada fue la afirmación de Petro en la parte inicial de su discurso!, cuando dijo “Estamos acá contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder. Pero lo logramos”. Y también dijo, entre muchas otras cosas brillantes, una corta frase que define a la izquierda, como denominador común de su afortunada pluralidad. Y esta es. “Que la igualdad sea posible”.

Pero, junto a la firmeza de los planteamientos contenidos en su alocución, reconociendo la polarización social y política existente en ese país, acertadamente dijo: “Desde hoy, soy el presidente de toda Colombia y de todos los colombianos y colombianas. Es mi deber y mi deseo”.

Ahora bien, este triunfo de la izquierda, no es un hecho aislado en América Latina. La tendencia va en aumento y pronto el mapa político continental tendrá profusamente ese color ideológico.

Pero mientras eso sucede en el continente, en Guatemala la realidad política nacional va en sentido adverso a esta tendencia. A mi juicio, son dos las principales lecciones que debemos aprender con urgencia a partir de lo que sucede en América Latina. Primero, que en Guatemala es indispensable construir una “convergencia virtuosa” de orden progresista, pero plural, para enfrentar la “convergencia perversa” que actualmente tiene cooptado al Estado; Y, segundo, que sin pueblo, sin amplia y beligerante movilización social, no hay posibilidad alguna de construirla exitosamente.

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