Mientras las redes político criminales en alianza implícita con las cúpulas empresariales siguen cerrando el círculo de cooptación del Estado, Guatemala tiene cada vez más las características de ser un Estado fallido. Esta condición claramente se expresa de dos maneras: primero, la cooptación referida, que lo distancia de ser una república porque no hay realmente una división de poderes, sino que la concentración de ellos en los círculos referidos. Y, segundo, porque ha sido incapaz de realizar el bien supremo que la Constitución le manda en su artículo segundo: el bien común. Los indicadores socioeconómicos no pueden ser más dramáticamente explícitos en relación a esa incapacidad (desigualdad, pobreza, desnutrición infantil, exclusión, etc).
En esta columna quiero referirme a lo segundo. Abordar lo primero resulta tautológico después de haber presenciado el resultado de la elección de la Presidencia del Congreso, hecho coherente con la condición prevaleciente en el resto de la institucionalidad.
Y al respecto, la pregunta obligada es si es posible un Estado que pueda realizar el bien común en medio de la situación mundial existente. Cuarenta años de hegemonía neoliberal descarnaron la naturaleza del sistema capitalista a nivel mundial y retrotrajeron los logros que el Estado de bienestar socialdemócrata, en sus diferentes versiones, había alcanzado para modificar esa esencialidad explotadora del capitalismo y aprovechar sus virtudes colaterales.
Ahora, con la pandemia, resultó mundialmente evidente esa perversidad del modelo neoliberal y se plantea el reto de aprovechar su agotamiento para construir una versión distinta del sistema capitalista a nivel mundial, a partir de enfrentar la desigualdad, la insostenibilidad ambiental y el crecimiento económico excluyente que lo caracterizó. Asimismo, resulta necesario superar el individualismo que hegemonizó la vida de todos, particularmente de los adultos jóvenes contemporáneos, la deificación del mercado y de una competitividad aberrante, la implantación de un modelo extractivo que entrega la soberanía nacional a los intereses transnacionales y la satanización de lo público, de la política y del Estado mismo.
El mundo se encuentra ante una ventana de oportunidad para lograr ese propósito histórico (reconstrucción transformadora en el marco del sistema hegemónico, el capitalismo).
En este contexto, el Papa Francisco se está convirtiendo en un líder mundial para abrir esa ventana de oportunidad para el cambio. En su reciente mensaje pronunciado en el Cuarto Encuentro mundial de movimientos sociales abogó por cambiar “un sistema de muerte”, el cual impide “… un buen vivir en armonía con toda la humanidad, con toda la creación”, agregando que éste sólo se consigue con libertad, igualdad, justicia y dignidad. Se pronunció en contra de “… la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la globalización capitalista”, dijo que “es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma tecnocrático”.
Y en ese contexto mundial, Guatemala, junto a otros Estados latinoamericanos, podría tener mejores oportunidades para superar su condición de fallido, dada su incapacidad de cumplir su fin supremo: el bien común. Sin embargo, para que ello sea posible, las mafias político criminales y su implícitos aliados empresariales deben ser derrotados en su ya avanzada pretensión de destruir la república, cooptando la institucionalidad estatal.