Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

La semana entrante se conmemora el mal llamado “Descubrimiento de América” ocurrido en 1492. La espada y la cruz conquistaron y colonizaron con crueldad buena parte de nuestro continente.

En 1821 se produjo la independencia criolla del dominio de los españoles. En Guatemala, mucho se habló en los días pasados sobre la celebración del bicentenario, respecto a la cual los diversos liderazgos indígenas se pronunciaron en contra.

El tema de las atrocidades cometidas contra los pueblos originarios por esa dupla de la espada y la cruz recién estuvo en las noticias internacionales, a partir de una misiva que el Papa Francisco envió a México, pidiendo perdón por los pecados cometidos por la Iglesia durante ese período. El mensaje fue leído por el cardenal Rogelio Cabrera, Presidente del episcopado Mexicano, en el acto oficial de conmemoración de los 200 años de la independencia mexicana.

Hace dos años, el Presidente AMLO había solicitado, tanto a la monarquía española como al Vaticano, pedir disculpas por los agravios cometidos durante la época colonial. La respuesta española fue contundente y soberbia, negándose a complacer tal pretensión. Por el contrario, el Papa Francisco ahora dio una lección de humildad y consecuencia al hacerlo. Se debe precisar que la misiva no responde explicita, ni plenamente, a la exigencia de AMLO, pero sin duda no se puede ignorar el origen de la misma. Así mismo, el Papa Francisco se pronuncia de manera conciliatoria, llamando a “cultivar un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias”.

Las reacciones de las derechas en México y en España fueron soberbias, rechazando la misiva papal o queriéndole disminuir su relevancia histórica y actual.

Pero al Papa Francisco hay que interpretarlo desde la visión teológica que lo ha caracterizado, expresión de la cual fue la broma que el pasado 27 de septiembre hizo al responderle al Obispo de Ragusa (Italia) respecto de la invitación que le hiciera para visitar esa ciudad en el 2025. Dijo que en esa fecha Juan XXIV haría esa visita, en clara referencia a su sucesión. Debemos recordar que Juan XXIII, con quien hipotéticamente se identificaría ese supuesto sucesor de Francisco, fue Papa entre 1958 y 1963 y su pontificado constituyó un parte aguas en la Iglesia Católica. Convocó al Concilio Vaticano II (1962/1965), el cual, junto con la Conferencia Episcopal de Medellín (1968), se caracterizaron por dar origen a un evangelio que exigió “la opción preferencial por los pobres”, y a recurrir “a las ciencias humanas y sociales para definir las formas en que debe realizarse dicha opción”. Otros temas, como dejar de decir la misa en latín, oficiarla de cara a la feligresía y no dándole la espalda o promover el ecumenismo, son expresiones simbólicas de ese viraje de la iglesia.

La sensibilidad social del Papa Francisco es de sobra conocida en el mundo. Y lo que ahora hizo es expresión de esta cualidad. A mi juicio, hay que leer este acto político en su integralidad. Las derechas mexicanas, que se dicen católicas, habrían de reflexionar sobre su odio ideológico a un gobernante que está dispuesto a revertir el neoliberalismo en ese país y eliminar los privilegios de quienes se beneficiaron de este modelo perverso, afirmando que “por el bien de todos, primero los pobres”. Y esta disposición la está llevando a la práctica.

Pero también debería impactar en la dinámica socio política mexicana, con su llamado al diálogo abierto y respetuoso ante las diferencias.

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