Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

El triunfo de Biden creo grandes expectativas en Guatemala. Me refiero específicamente a dos temas: la lucha contra la corrupción y la impunidad y la migración. Como es sabido, durante la administración de Trump, Jimmy Morales logró que ese país le quitara el apoyo a la CICIG, a cambio de la aceptación de ser “tercer país seguro”, respondiendo al interés del Presidente norteamericano de hacer del tema migratorio una piedra angular en su pretensión de lograr la reelección. La salida de esa Comisión permitió revertir tremendamente los avances alcanzados y una substancial profundización en la cooptación de la institucionalidad estatal por parte de las redes político criminales.

Por eso, el discurso de Biden fue alentador. Llegó al punto de enviar a la Vicepresidenta Harris a repetirlo en nuestro país. Se planteó priorizar en su política exterior esta región y comprometerse con la lucha contra la corrupción y la impunidad y con abordar las causas de fondo de la migración “irregular” (obviamente de orden estructural).

Sin embargo, hasta ahora, el fiasco es enorme. Le lanzó un salvavidas a Giammattei con la donación de vacunas (gesto sin duda positivo para la población) y aflojó la presión sobre el gobierno, con lo cual se afianzó el poder de las redes político criminales. La respuesta del Presidente fue expresar su decisión de detener las “caravanas” de migrantes, así como asumir el rol que le había asignado Trump de “tercer país seguro”, pero ahora sin requisitos burocráticos que lo obligaran a observar “molestos” protocolos.

Es en este contexto que debe entenderse lo que este diario reportó el pasado lunes: “El paso de retornados por la vía terrestre no ha cesado desde el 11 de agosto y el Instituto Guatemalteco de Migración (IGM) reportó 629 ingresos nuevos entre el sábado y domingo en el paso de El Ceibo, Petén. Según lo informado, los retornados provienen de Estados Unidos y México; la mayoría son de origen centroamericano. Migración estimó que el sábado y domingo pasados ingresaron al país 17 buses de migrantes de al menos 6 países… El sábado entraron al país 8 autobuses y el domingo otros 9, sumando 629 individuos en total: 283 guatemaltecos, 256 hondureños, 72 salvadoreños, 16 nicaragüenses, una beliceña y una estadounidense.”.

Para analizar esta realidad hay que tener presente el impacto interno que tuvieron sobre la administración de Biden las críticas que le hicieron sobre su política migratoria, señalándola de débil y que tenía como efecto acrecentar las pretensiones de los centroamericanos de migrar. Y, efectivamente, las migraciones irregulares se han incrementado y los “coyotes” mejoraron su negocio haciéndoles creer a los interesados que sus posibilidades de ingresar a los Estados Unidos eran grandes, a partir de la nueva política estadounidense.

Pero, además, hay que considerar la debilidad imperial para “poner orden” en la región, con un Bukele irreverente y contestatario, un Hernández que hasta podría ser extraditado por supuestos vínculos con el narco cuando termine su gestión presidencial y un Ortega que hace lo que le da la gana. Y todo eso en un contexto mundial donde el poderío militar imperial fracasa en Afganistán, proyectando una imagen internacional de debilidad.

Por todo lo anterior, hay que pensar si la ecuación con la que titulo este artículo es verdadera. Y, lo que creo muy importante, qué podemos hacer los guatemaltecos para superar la crisis política que vivimos (con la prioridad que corresponde a la sanitaria) conociendo el pragmatismo de la política estadounidense hacia nuestra región.

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