Edith González
La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella.
“Marco Aurelio, emperador del Imperio Romano 121 – 180”.
De los años de la guerra en el país, la ocupación de la embajada de España es posiblemente el incidente más dramático y mortal cuya noticia dio la vuelta al mundo y mostró la verdadera imagen de lo que en esos tiempos se vivía en Guatemala.
El ex vicepresidente de la República, durante el gobierno del general Arana Osorio (1970-74), Eduardo Cáceres Lehnoff y el ex canciller de ese gobierno, Adolfo Molina Orantes, se encuentran entre las 34 víctimas mortales, del incidente de la guerra sucia en el país, cuando, en circunstancias no aclaradas, ardió la embajada de España, situada entonces en la 6ª. Avenida “A” y 10a. calle de la zona nueve. El jueves 31 de enero de 1980, a eso de las 13:00 horas tras una breve como seca explosión.
Para entonces, los ocupantes de la misma, campesinos (guerrilleros, según el gobierno de Lucas García), diplomáticos, empleados de la legación, y exfuncionarios de gobierno, habían sido encerrados en el archivo, una pequeña habitación de cuatro por cuatro metros en el segundo nivel. Hacía cuatro horas estaban adentro de la embajada y desplegaron pancartas con leyendas de denuncia que ellos llamaron “la represión del ejército en el Quiché”. Un equipo de altoparlantes había transmitido consignas sobre el mismo tema.
Se cerró el tráfico a 200 metros a la redonda y frente a la embajada, sobre la 10a. calle, estaba centrada toda la actividad. Agentes de la policía nacional, con el antiguo uniforme azul celeste y casco metálico, llevando mochilas verde olivo a la espalda, con granadas lacrimógenas, estaban sobre el techo del inmueble y uno de ellos, con una piocha, trataba de abrir un boquete en el techo, pero la fundición era de cemento.
En el segundo nivel otros agentes en uniforme y “desconocidos” en traje de civil, trataban de abrir la puerta de metal de la pequeña habitación en donde estaban hacinadas las personas, la que había cedido quizás unas seis pulgadas, en donde el pie derecho de uno de los “desconocidos “, servía como “cuña “para mantenerla abierta. A unos cincuenta metros, no se podía escuchar, pero era evidente que el “desconocido” hablaba con alguien de adentro. Súbitamente, se escuchó una detonación. No fue fuerte. Sin embargo, si audible para quienes estaban en la calle, sobre la 6ª. Avenida “A”. Y en segundos, quizás milésimas salieron llamas por los ventanales.
Primero hubo gritos, carreras, llamadas a los bomberos. Y llegaron sobre la 10a. calle y 6ª. avenida, los municipales (entonces sus unidades eran rojas con una línea blanca). Pero… ya era muy tarde. En 8 minutos, ya no se escucharon gritos de quienes estaban adentro. Un hombre, con el típico corte de pelo de la época (abundante y de “patillas”) con una manguera de jardín había intentado hacer algo, pero el volumen del fuego en aquella pequeña habitación, fue un asesino en segundos.
Alguien pudo salir huyendo y bajar las 25 gradas que separaban el segundo piso de la 10a. calle “A” y con el pelo medio quemado, fue capturado por los uniformados. El “desconocido “que estaba en la puerta y los policías, salieron huyendo y llegaron hasta la 6ª. Avenida. Los bomberos lanzaron agua para someter el fuego. No había signos de vida. Entonces, un poco después de las 16:00 horas, se ordenó que los bomberos entraran.
Apenas un poco de humo negruzco, salía de la habitación. Entre ese humo, estaban los restos quemados o asfixiados de las víctimas. Uno a uno fueron sacando los cadáveres, o lo que quedaba de ellos. Camillas metálicas izadas con cables desde el segundo piso, hacia el lado de la 6ª avenida “A” llevaban los restos.
Y cuando en el ambiente se sentía el olor a muerte, hubo signos de vida. “Hay uno vivo… hay uno vivo”, gritaban los bomberos. Así, usando el mismo procedimiento de la camilla metálica, se le sacó y de inmediato fue llevado al hospital Herrera Llerandi.