Edith González
La pandemia no ha pasado. Las restricciones no han sido levantadas, pero actuamos como si todo estuviera normal. Estamos olvidando que aún tenemos presente en la vida diaria, en cualquier lugar adonde vayamos, un virus que puede ser letal.
El director del Hospital Roosevelt reportó que tuvo que cerrar una dependencia completa, informática, porque todos los empleados estaban contagiados. Aunque seguramente el virus no les llegó a través de las computadoras. Y posiblemente tampoco a través de los pacientes, con los que no tendrían por qué tener contacto.
Seguramente alguno o algunos de los empleados de esa dependencia lo adquirió en una fiesta, una reunión de amigos, el bar, la cafetería, el parque, gimnasio o el súper, y la falta de precauciones provocó que todos terminaran contagiados. Porque es difícil creer que personal que no está en contacto con pacientes, pueda haber adquirido el virus en el nosocomio, por transmisión de pacientes infectados.
Eso nos hace pensar que en dicho hospital no se están siguiendo las medidas de bioseguridad instituidas por la OMS, que no existe vigilancia hospitalaria, para el personal y seguramente tampoco para los pacientes.
Es preciso que las autoridades retomen su papel y vigilen y hagan vigilar que las normas se cumplan para evitar estos contagios que luego de allí son trasladados a las familias y vecinos y la cadena no se detiene. Retomar las medidas de bioseguridad de manera drástica, la vigilancia y ante todo la concientización al personal sobre la situación, es muy necesario, especialmente en un hospital nacional.
Claro, lo fácil es decir que el personal se contagia por los enfermos que llegan, no por la irresponsabilidad del personal y poca atención de la dirección.
Como fácil es decir que los policías son corruptos, porque en toque de queda una pareja retorna a su casa, fuera de la hora permitida, en un vehículo cuyo conductor está alcoholizado, y no porta la tarjeta de circulación. Pero pobres porque no habían salido en mucho tiempo, no recordaban el toque de queda y ya estaban a solo dos kilómetros de su casa.
Y por supuesto “los malos policías” les indican que deben conducir al conductor ante juez competente. ¡ Ah ¡ pero entonces la respetable y honesta pareja les entrega dinero para que eso no ocurra. Y por supuesto “ los malos policías lo toman y dejan ir a la pareja que ha debido sufrir ese horrible calvario por culpa de los policías corruptos. No porque ellos infringieran las leyes y además entregaron un soborno, que los hace culpables porque como dice el dicho “hechor y consentidor pecan por igual”.
Y claro la mujer no dudó en responder que pensar en la idea de ver a su pareja en la carceleta la inquietó. “¿Con qué gente estaría ahí?”, se preguntó
Bueno yo creo que con personas que como ellos violan las leyes.
El joven pensó en que no quería “manchar” sus antecedentes, perder tiempo en la carceleta y considera que le salió más barato el soborno que enfrentar un proceso. Ahora dicen sentir miedo cuando ven una patrulla.
Quizás deberíamos preguntarnos si los patrulleros no temen también al ver a personas que infringen la ley y luego la compran para evitarse la cárcel, los antecedentes y siguen su vida como ciudadanos honestos temiendo a los delincuentes, siendo ellos pobres víctimas.