Amy Goodman y Denis Moynihan
Después de dos décadas de guerra, derramamiento de sangre y ocupación estadounidense en Afganistán, el Gobierno de Biden ha sido acusado de no haber previsto la velocidad con la que colapsaría el Gobierno afgano, un gobierno que se ha sostenido con el apoyo de las fuerzas armadas de Estados Unidos y con el aporte de billones de dólares de los contribuyentes estadounidenses.
Zabihullah Mujahid, principal portavoz del Talibán, dijo en una conferencia de prensa realizada el martes en la ciudad de Kabul: “La enemistad entre las partes en el conflicto ha terminado. Se debe formar un Gobierno inclusivo; todas las partes y todos los afganos deben participar en él”. Mujahid hizo estas declaraciones desde el asiento que hasta hace poco pertenecía al principal portavoz del Gobierno afgano, Dawa Khan Menapal, que fue asesinado por los talibanes diez días antes, durante las oraciones del viernes.
Bilal Sarwary, un periodista afgano que reside en la ciudad de Kabul, dijo a Democracy Now!: “Al pueblo afgano le gustaría saber a dónde conduce este camino, porque la gente ansía un acuerdo político. La gente tiene sed de paz”.
Bilal se convirtió en un refugiado de la guerra civil que sufrió el país durante la década de 1990, luego de que concluyó el sangriento conflicto con la Unión Soviética. El periodista afgano aprendió inglés en la ciudad pakistaní de Peshawar y regresó a Afganistán como coordinador de un equipo noticioso de televisión en 2001, poco después de que Estados Unidos invadiera su país tras los atentados del 11 de septiembre. Durante los 20 años de guerra y de ocupación, Bilal se convirtió en un experimentado periodista en la primera línea del conflicto.
En un artículo recientemente publicado por el periódico británico The Telegraph, Bilal describió el impacto que la cobertura de la violencia ha tenido en su vida: “Me ha quebrado por completo […]. La peor sensación ha sido ver la enorme cantidad de ataúdes apilados en pequeños pueblos y valles de todo el país: eso fue como si 1.000 cuchillos afilados apuñalaran mi corazón”.
Miembros del Congreso de Estados Unidos han prometido iniciar investigaciones sobre la fallida retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán. Las indagaciones deberían examinar no solo las últimas dos semanas o dos meses, sino las dos décadas completas de esta desastrosa guerra y ocupación.
El Instituto Watson calcula que más de 47.000 civiles afganos murieron y más de 75.000 resultaron heridos durante las hostilidades. La Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, un organismo de supervisión estadounidense, sostiene que “ambas cifras son probablemente mucho mayores”. Mientras tanto, se estima que a lo largo del conflicto militar murieron alrededor de 70.000 soldados y policías afganos; 50.000 talibanes y combatientes opositores; más de 2.400 miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos; y cerca de 4.000 contratistas estadounidenses. Incluyendo a los periodistas, trabajadores humanitarios y soldados de la OTAN, han muerto al menos 170.000 personas en total.
Esta semana, la casi frenética retirada de las tropas de Estados Unidos desató el caos. Varias personas se treparon y aferraron al exterior de las aeronaves militares estadounidenses que despegaban del aeropuerto de la ciudad de Kabul y luego cayeron al vacío desde decenas de metros de altura o murieron durante el viaje en la cavidad de las ruedas del avión. Según se informa, las fuerzas armadas estadounidenses están negociando con las fuerzas talibanes para mantener el orden en el aeropuerto de Kabul. Varios civiles han muerto a manos de ambos grupos al querer conseguir de manera desesperada un vuelo para irse del país.
Matthew Hoh fue el primer funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos que renunció en señal de protesta contra la escalada de la guerra en Afganistán que tuvo lugar en 2009. En conversación con Democracy Now!, Hoh describió así la estrategia fallida de Estados Unidos en Afganistán: “[Estados Unidos] ha bombardeado poblaciones enteras y ha realizado redadas nocturnas, en las que ha llegado a enviar hasta 20 veces por noche comandos militares a los pueblos afganos para entrar en los hogares y matar gente. Y ahora vemos el resultado de todo eso. El resultado es que, año tras año, los talibanes se hicieron más fuertes y obtuvieron cada vez más apoyo de la población”.
Hoh no es optimista: “Lo único que es aún más trágico que lo que le sucedió al pueblo afgano es que en unos días Estados Unidos se habrá olvidado de Afganistán nuevamente”.
Sin embargo, las y los afganos no se olvidarán de Estados Unidos. Zahra Nader es una estudiante de posgrado que reside en Toronto, Canadá. Nació en la ciudad afgana de Bamiyán y huyó a Irán con su familia, donde creció como refugiada, sin poder asistir a la escuela. En 2004, Zahra regresó junto con su familia a Afganistán y después de unos años de estudio se convirtió en periodista y llegó a escribir para el periódico The New York Times. Zahra dejó ese trabajo soñado para mudarse a Canadá y asegurarse de que su hijo pequeño tuviera más oportunidades de las que ella tuvo cuando era niña. En una conversación telefónica, Zahra ofreció un crítico resumen del papel de Estados Unidos en Afganistán a partir de finales de la década de 1970:
“Estados Unidos apoyó a los muyahidines afganos, un grupo fundamentalista islámico, para librar una guerra indirecta contra los soviéticos. Hasta 2001, los derechos de las mujeres y los derechos humanos no le importaban a nadie, ni a Estados Unidos ni a otros países occidentales. Antes de esa fecha parecía que no existíamos. Luego nos usaron para justificar la guerra”.
Para Zahra Nader, Bilal Sarwary y decenas de millones de afganos y afganas, comienza de nuevo la difícil tarea de reconstruir Afganistán. Estados Unidos tiene el deber de apoyar estos esfuerzos, sin intentar controlarlos. Estados Unidos, el último imperio en huir de Afganistán, también debería aprender, de una vez por todas, que no se puede bombardear el camino hacia la paz.