Álvaro Pop
Hay muchos temas que urgen la participación de los ciudadanos responsables para fortalecer las democracias.
Hasta finales del siglo pasado la creencia popular en la democracia pasaba por la eliminación de las dictaduras y la asunción al poder de dirigentes electos en elecciones transparentes. Esto dio paso a reformas y movimientos sociales que lucharon por este sendero. Sin embargo, pasada la ola democrática, teniendo a la mayoría de los Estados latinoamericanos con sistemas electorales creíbles y transparentes se empieza a reconocer la necesidad de ver las democracias como mecanismos que facilitan las decisiones estatales con respuesta a las necesidades de las mayorías.
Este último reto para las democracias aún está pendiente.
Igualmente se pensaba y aun se piensa que los avances en la democracia en sus mecanismos electorales y en su capacidad ciudadana de mantener estabilidad eran suficientes para tener sociedades encaminadas en el rumbo al desarrollo y en consecuencia los avances eran irreversibles. Las primeras dos décadas del siglo XXI nos están demostrando lo contrario. Que lo conseguido puede perderse, se puede regresar a los mecanismos dictatoriales o gobiernos democráticos disfuncionales, demagogos y peor aún ineficientes que hacen florecer la impunidad y la corrupción.
Y fue muy fácil caer en esta situación.
El crecimiento de poderes fácticos que cooptan las funciones de Estado desde los procesos de campaña, que “compran” las decisiones judiciales ante débiles mecanismos institucionales que impongan la justicia, vacíos legales que ayudan a la impunidad venida de grupos del crimen transnacional se suman a las deudas históricas que los gobiernos tienen con las poblaciones de sus Estados.
Esto sucede por la indiferencia de los poderes tradicionales y en muchos casos su tolerancia y participación.
Ante esta situación la fórmula del cambio, de la transformación de los sistemas políticos y económicos para hacerlos democráticos e inclusivos pasa por la fortaleza de la ciudadanía. El cambio puede venir de la fuerza de los movimientos sociales nacionales por la vía de la participación en partidos políticos con nuevos dirigentes que se comprometan, o el cambio puede venir por movimientos sociales que busquen la transformación del sistema basados en el hartazgo y viejas impotencias, estos pueden con facilidad llegar a la vía de la violencia y del arrebato.
Las dirigencias políticas tienen la enorme responsabilidad de demostrar que la democracia es también una fórmula que también aplica en la preparación participativa de legislación, de políticas públicas y acciones gubernamentales que de manera transparente y honesta busquen la solución del problema de la pobreza, de los enormes sufrimientos de la sociedad ante la falta de servicios de salud, de educación y una eficiente administración de justicia.
Para muchos de los ciudadanos la ruta empieza con un nuevo pacto social. Ante los enormes retos anclados en la historia de injusticias y desigualdad, y las nuevas dinámicas sociales de enormes necesidades es imprescindible una nueva puesta en común del rumbo de la sociedad.
Muy probablemente paso inicial para ello viene con la esperanza puesta en tener una nueva cohorte de políticos legitimados en las próximas elecciones.
Hombres y mujeres que con la frente en alto inicien el reto de la transformación, sabiendo escuchar, sobre todo sabiendo entender el mensaje de los nuevos tiempos y de las ancestrales necesidades.