Álvaro Pop
Hoy América Latina es una región sin guerras.
Pero mantiene muchos frentes de batalla.
En medio de la pandemia, Guatemala, Bolivia, Paraguay, Honduras, Venezuela no han llegado a la vacunación de la mitad de su población, situación determinante para futuras inestabilidades sociales.
La desnutrición crónica es el asesino silencioso que destruye el futuro de la región en varios países. Como región se redujo al 9%. Pero el Índice de Inseguridad Alimentaria grave salto del 7,6% en 2016, a 9,8% en 2017. Como países tenemos resultados diversos. Por ejemplo, Chile presenta una prevalencia de desnutrición crónica de niños de hasta 5 años del 1,8%, en Guatemala es del 46%. En la región los más afectados son los pueblos indígenas. A pesar de que tienen ellos mismos la respuesta a sus necesidades. El cultivo de sus propios productos, el acceso a la tierra y al agua, y la pesca tienen la respuesta al combate de la desnutrición. Como diría Julio Berdegué (FAO) “Los indígenas no solo pasan hambre por ser pobres, sino también por ser indígenas”.
La región también enfrenta una desconfianza entre sus líderes. Esto hace que proliferen los proyectos “de integración” generando desintegración e incomunicación entre presidentes, jefes de Estado y de Gobierno. El compartir lecciones, esfuerzos y recursos en los países de las subregiones para enfrentar mejor la pandemia; para trabajar en la prevención de la migración irregular y buscar beneficios de sus conciudadanos en los países de destino; para atender a las poblaciones indígenas transnacionales; para combatir el crimen organizado; pero sobre todo para cumplir con los compromisos internacionales como los ODS o las Cumbres Iberoamericanas.
En América Latina los movimientos sociales tienen el desafío de la articulación para mejorar su influencia ante los gobiernos. Pero en muchos países sus agendas no logran concentrarse en denominadores comunes mínimos que los harían más efectivos en la transformación de los sistemas políticos, económicos, educativos o sanitarios. Situación que se vuelve urgente a partir de la pandemia. Sin embargo, existen posibilidades de tomar las lecciones de Chile de la lucha desde las calles hacia la Convención Constituyente y luego a la Presidencia de la república. Lucha planteada y desplegada por la juventud.
Los movimientos indígenas mantienen el desafío del salto de la comunidad al planteamiento nacional de sus demandas y exigencia de cumplimiento de derechos. Por otro lado, tienen que bajar sus logros en el derecho internacional a la comunidad. Tanto Ecuador y Guatemala tienen experiencias partidarias importantes que pueden ampliarse a espacios nacionales como Bolivia o Perú, aunque ideológicamente deberán mejorar la articulación del planteamiento electoral de demanda étnica a una propuesta política nacional.
Se mantiene el reto bicentenario de construcción de ciudadanía que haga que los cambios para el fortalecimiento y pertinencia de la institucionalidad nazca de la base social hacia las elites y no a la inversa como históricamente se ha hecho.
Los gobiernos progresistas de México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile y Honduras tienen que reto de proponer acciones urgentes que ayuden a paliar las crisis heredadas y también proponer nuevos pactos sociales que desarrollen procesos de ciudadanía capaces de sostener y desarrollar sus sociedades.
América Latina es hoy una región por influir.
¿Quién ganara la capacidad de influir en la región?
¿Estados Unidos, la Unión Europea o China?
Quizá tendremos que esperar al ganador de las presidencias de Brasil y Colombia para tenerlo más claro.