Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Algo que me llama la atención, es la causa de muerte de los adultos guatemaltecos. En un individuo con antecedentes de una cardiopatía preexistente, toparse con una muerte natural debido a causas cardíacas que se produce en el plazo de horas, no es de extrañar. Pero en los que no, tiempo y modo de muerte atribuida a problema cardiovascular, resulta inesperado y sospechoso.

En nuestro medio, el comportamiento de la mortalidad cardíaca ha sido poco estudiado y también su importancia política, a pesar de que el flagelo de muerte por razones cardíacas (45% del total de muertes atribuidas a este órgano) cobra cada día más víctimas que la pandemia de VIH/sida, tuberculosis o cáncer. El IGSS y el MSPAS, han asegurado que las personas más propensas a sufrir enfermedades cardíacas, son los hombres, adultos mayores, fumadores, alcohólicos; las personas sedentarias y las que tienen antecedentes de familiares con padecimientos del corazón.

A pesar de lo dicho arriba, no existe un programa nacional de prevención debidamente establecido. El impacto de este fenómeno, sigue in crescendo y no hay prevención clara al respecto y tales eventos de muerte, anualmente y desde hace muchas décadas, ocurren en más de sus dos terceras partes, fuera del recinto hospitalario, lo que significa la poca atención clínica y preventiva que tiene el problema dentro del sistema nacional de salud.

Se nos ha dicho que, para prevenir enfermedades del corazón, se debe mantener un estilo de vida saludable, hacer ejercicio, llevar una alimentación adecuada, pero no existe estudio nacional alguno, que muestre porqué esas medidas no se implementan en programas nacionales adecuados o porqué la población no las realiza. Tampoco hay evidencia de si los casos de personas ya con el mal (se estima que por encima de los 40 años, una de cada tres padece de hipertensión arterial) mueren de tal causa o de otras.  

No cabe duda que la exclusión social, la cual se traduce en ausencia de iguales oportunidades para todos de acceso a los servicios de salud, la pobreza, la marginalidad, el analfabetismo y la implantación de modelos consumistas que promueven malas dietas, son fenómenos causales que deben no solo vigilarse sino atenderse, ya que contribuyen al desarrollo de eventos cardiovasculares  nefastos, al no ponerse a disposición de todas las capas sociales, los resultados de la revolución científico-técnica para controlar este mal. Es más que seguro que, los costos por concepto de atención médica de urgencia ante una dolencia cardíaca, y la toma de decisiones en relación a «conductas intervencionistas» su acceso y cumplimiento, resulta difícil de cumplir para las poblaciones marginadas.

Viene acá recordar sobre el tema de enfermedad cardíaca, lo externado ya hace algún tiempo en un editorial del New York Times, a propósito de la historia de tres neoyorquinos de diferentes estratos sociales, que solo tuvieron en común presentar una enfermedad coronaria aguda. «Un ataque cardíaco es una ventana para evaluar los efectos de la clase social en la atención diferenciada de salud» concluye el editorialista. Es más que seguro que, en nuestro medio, solo uno de cada tres individuos con enfermedad cardiovascular, es al menos atendido por el SNS. Los epidemiólogos han señalado que: Factores como el tabaquismo, dieta de mala calidad, poca actividad física, obesidad, hipertensión, hipercolesterolemia y stress, son más frecuentes entre los menos favorecidos por la educación y los ingresos, también son los peores candidatos para permitirse un cambio de estilo de vida que los aleje de un posible ataque cardiaco. Entonces preguntémonos ¿estamos ante una falta de atención al problema cardíaco o realmente a un hecho evitable de muerte en muchos casos? Yo creo que ambos.

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