En menos de tres años, los funcionarios de los tres poderes del Estado, han reducido a lamentables ruinas la democracia y marginado a la desdicha y silencio, a valerosos y mal afortunados defensores. Ello ante la pasividad de naciones y el pueblo, que en soledad y junto a las naciones más democráticas, ha sido capaz de lamentar sus desgracias, pero incapaz de unirse para aliviar su tormento.
En estos momentos, esperanza ha surgido ante la posibilidad de contar con nuevas autoridades; pero derribar esos torreones de mala administración y corrupción que se yerguen desde los cimientos de las instituciones públicas y muchas privadas; que una y otra vez son amparados por un sistema de justicia a la venta del mejor postor y un legislativo en busca de fortuna, es tarea imposible de realizar por unos pocos, sin la ayuda del pueblo.
Estas razones, mirando a un mañana, son propias más de afligidos, que de personas llevadas de buenas intenciones -dirán con razón muchos-, pues el cambio necesita de muchas personas valerosas y llenas de imaginación, que puedan sumarse a la renovación. En primer lugar, es necesario dejarse de doler de calamidades y desventuras que a diario plantea la corrupción, pues no llevan remedio, y caigamos en la acción ciudadana. En segundo lugar, ya es momento que las futuras autoridades señalen con claridad la existencia de políticas, planes de participación ciudadana y la forma de eliminar barreras al respecto. En tercer lugar, como ciudadanos, aun carecemos de parte de los que nos gobernarán, de claridad sobre su estrategia y la capacidad de lograr sus objetivos; de una estructura organizativa lógica y explícita de lo que harán y cómo y de lo que esperan en ello del pueblo.
Estamos lo suficientemente enterados los ciudadanos, de que necesitamos de un buen gobierno y que esto está demandando de una estructura organizativa lógica y explícita, en que el pueblo debe jugar papel protagónico, a sabiendas del viejo dicho: Una organización tiene éxito por lo que hace (un compromiso compartido por lograr algo útil e importante) y por la manera en que lo hace (cómo funciona, decide, evalúa, adapta y delega). Y sin conocer todo lo que les corresponde hacer en ello, no puede haber compromiso serio.
Los grandes problemas nacionales demandan de una función de administrar y liderar simultáneamente día a día, con la participación de múltiples personas, en múltiples niveles que van más allá de la presidencia. Eso demanda de aclarar por los poderes: ¿Qué harán y por qué? ¿Cómo van a llegar a donde se quiere llegar? ¿Qué le corresponde a la población hacer, en esa misión y estrategia organizativa? a fin de caer en: ¿Cuál es el marco y la estructura, para la toma de decisiones dentro de los cuales operará ese nuevo gobierno y forma de gobernar? Estoy hablando de transferencia de poder y de delegar responsabilidades. Pensamiento imparcial, franqueza de espíritu y de palabra, amor al prójimo, son atributos para llegar a conclusiones reales y valederas, que favorezcan y abran espacio a la participación ciudadana individual y de equipo/grupo. En ese marco: integridad intelectual e integridad de la voluntad deben hermanarse.