Creo que una discusión mundial inacabada es sobre lo que hacen las culturas y las religiones por las mujeres. Sobre su sitio y el lugar de lo que les corresponde en él; sobre lo que deben hacer y no hacer; de cómo la mujer mira su mundo y de cómo su mundo las mira a ellas.
La mujer en nuestro medio, a lo que se ha dedicado en buena parte del final del siglo pasado y del actual, es a conquistar el mundo del hombre y a forjarse uno nuevo para ella y eso le ha dado dentro de las culturas y las religiones un nuevo rol y las opiniones al respecto han sido muy diversas y dispares, con mezcla de matices en todo ello. Lo cierto es que solo con ingenuidad se puede decir, que han encontrado el respeto de una igualdad al menos en el mundo y las culturas actuales y cada vez se torna más difícil para ellas y para ellos, entender, aceptar y apoyarla en su misión, y hacerle justicia dentro del marco de la ley, cuando se le violenta su vida, pudiéndose encontrar todos los grados de optimismo y pesimismo al respecto, aun dentro de una misma cultura; incluso podemos decir que en ningún aspecto de la realidad hay acuerdo alguno los roles sociales de los géneros y sexos.
Lo que sí parece un hecho en toda cultura, en toda religión, desde la historia de los pueblos primitivos, es que la influencia de la mujer ha sido tanto mayor cuanto más importante su labor dentro de la sociedad. Todas las historias y literaturas mundiales nos esclarecen al respecto. El otro hecho que merece observación por sus diferencias en cuestiones de sexo, es la división del trabajo y dentro de este los temas de libertad y autoridad que más que enmarcados dentro de lo que es justo, lo es en la tradición. Pero no cabe duda que, en medio de esos espacios tan heterogéneos, el enemigo número uno que se presenta y adquiere dimensiones únicas es el tabú y las supersticiones, muro casi invisible que se cierne más para distinguir y dominar, que para igualar el alma del hombre y la de la mujer. El aspecto religioso en este sentido, a veces resulta contradictorio aun en una misma religión. Cristo en su evangelio habla de la naturaleza humana ajena al sexo, incluso con ejemplos; San Pablo, el gran evangelizador, no tiene en sus escritos intención de animar a las mujeres más bien pareciera haberse mantenido fiel a tradiciones y creencias de su tiempo, pero en sus enseñanzas toman claridad y vuelve constantes colaboradoras a las mujeres y en sus escritos, hay continuos destellos no solo de virtudes en las mujeres sino de su relación con el trabajo, encontrando en varias de ellas vidas bellas y activas, actuando dentro del amplio mundo varonil con dignidad y respeto. En un mundo tan descristianizado como el nuestro, eso ya no cuenta y el hombre ha empezado a forjar un nuevo futuro que esperamos sea mejor para todo el género humano sin distinciones e injusticias entre sexos.
Deseamos a todas y todos nuestros lectores las mejores de las fiestas navideñas.