Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Al filo de mitad de la mañana, individuos de clase media compartían una refacción y entre las mesas unos niños pedían limosna y cuando estos ya se retiraban, sin reflejar sentimiento de fraternidad, pero señalando con la mirada hacia la puerta el más joven expresó: La vida de muchas personas realmente es una lata. Abuso, adicción, opresión, enfermedades dolorosas y hambre es su diario vivir, pero tratar de disuadir sus creencias que les han brindado consuelo, es como tratar de quitarle un peluche a un niño con dolor de panza. Y terminó diciendo: Mientras no hagan daño, ¿para qué molestarse?. Entonces el más viejo del grupo le respondió: ¡Mirá patojo! no se puede definir la experiencia del mundo de una persona pobre; yo intento (dentro de lo razonable) respetar sus creencias (es decir, dejarlos en paz con ellas) con la esperanza de que respeten las mías y la de los demás, pero no lo hacen y por eso vivimos todos con los pelos de punta. Un tercero, de mediana edad, trató de intermediar y fue aún más oscuro su decir: Cuando las personas comienzan a usar sus religiones para tratar de entender la vida de otras personas, o reforzar la opresión de sentimientos que se tiene, las cosas se ponen difíciles. Los pobres, argumentan que es la voluntad de Dios; los más poderosos, que todos se lo deben a Dios y en medio de eso, el silencio de la razón y la danza de las pasiones es tenebroso.

Pensé entonces que, cuando las personas comienzan a usar sus religiones, para provecho o justificación las desvirtúan y las cosas se ponen difíciles para la fraternidad. Y eso es parte de nuestra cultura y todo ello por ignorancia; ignorancia de lo que dictan los marcos teóricos o ideológicos de las religiones. Insistir en el respeto por las creencias religiosas de otras personas, es un paso genuinamente progresista, pero eso solo se puede dar, si ese respeto obedece a una creencia y comprensión correcta religiosa, en donde no se asesine, a nombre de conocimientos erróneos o explicaciones acomodaticias, derechos de otros; pues son esas reacciones acomodaticias, llenas de creencias descabelladas sobre otras personas y grupos, las que hieren nuestra sensibilidad para ser más justos y fraternales.

Pero me sacó más de asombro, un comentario final femenino en aquel grupo: ¡miren muchá! En estos tiempos hay que adoptar una actitud neutral ante la religión, pues no hay acuerdo. Para el joven actual, todo lo que digan las religiones es irrelevante. Para los viejos es risible (o como dijo hace unos días mi tío Pepito mientras se estaba muriendo, «Sigo pensando que es un montón de enredos”) Aquella voz femenina era de una diputada, cuyo nombre no quiero recordar, pero se le puede encontrar en una de las iglesias dominicales y en algunos juicios. Bien tenía razón Guareschi, cuando el cura Camilo, personaje de una de sus novelas, se quejaba a Cristo con un –¡Jesús, en el mundo hay demasiadas cosas que andan mal! Y el Cristo le respondió: en el mundo hay solamente hombres que andan mal. Por lo demás, todo anda perfectamente.

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