Alfonso Mata
Una nueva ley: esta vez sobre el cáncer, está por aprobarse. Pero no sé si por ignorancia o por otra razón, en dicha ley es poco lo que se habla sobre ambiente, ocupación y cáncer, algo que los expertos en epidemiología del cáncer conocen bien desde hace mucho tiempo. Desgraciadamente, el contenido de prevención del cáncer ambiental y ocupacional, tiene un enfoque pobre en el anteproyecto. Con demasiada frecuencia el mensaje sobre el cáncer se sumerge en un “es su culpa por su forma de vida” o con “noticias triunfales sobre la última terapia para el cáncer a pesar de sus altos costos”.
El anteproyecto incluye pocas, por no decir muy pobres recomendaciones, para una regulación más sólida e integrada de los carcinógenos por parte del gobierno, instituciones comerciales e industriales, el IGSS y casi nada sobre la carga desigual de exposiciones carcinogénicas que soportan los trabajadores agrícolas, de ciertas industrias y los residentes de áreas de alta pobreza y puntos calientes de cáncer para reducir sus riesgos, mayor acción para minimizar la exposición, más apoyo para la química verde y la evaluación de alternativas, y el llamado obligatorio para que las personas reduzcan sus propias exposiciones.
El anteproyecto es una bocanada de aire fresco, a una de las enfermedades más frecuentes y peor atendidas en nuestro medio, pero insuficiente e incompleto y poniendo énfasis en lo clínico y considerando poco una mirada integral a las cosas y actos a los que estamos expuestos involuntariamente en nuestros hogares, lugares de trabajo y comunidades, que nos provocan riesgo y posibilidad de una de las enfermedades más temibles de nuestra sociedad y de las más costosas para darle solución. Estos factores se han subestimado enormemente en el pasado, debido en parte a una metodología defectuosa y obsoleta de estudios y análisis de situación, pero también obedeciendo a intereses más clínicos que sanitarios y no digamos industriales, agrícolas y financieros.
Sin embargo, será importante que los responsables de trasformar esta futura ley en acción, tomen en serio las piezas de los determinantes y causantes ambientales y ocupacionales de algunos cánceres, como guía para los programas de prevención y para reducir costos. Por ejemplo, una regulación mucho más rigurosa de los productos químicos utilizados en diversas actividades de la vida. El esfuerzo implica ir más allá de reducir los riesgos de cáncer a través de visitas periódicas al médico, autoexámenes y exámenes de detección, como mamografías, que no solo son costosas para cualquier sistema, sino menos impactantes que las acciones de prevención. Ya hay estudios que señalan que se han detectado cientos de contaminantes en la sangre del cordón umbilical de los bebés recién nacidos, hasta un punto inquietante, que muchos hablan que los bebés nacen pre-contaminados.
El sistema de salud –que acapara el centro del contenido de la ley- ha sido objeto de críticas en el pasado por centrarse demasiado en la clínica de los cánceres (en el enfermo y la enfermedad) y no en la prevención (la salud) disminuyendo eficiencia al combate de enfermedades con beneficio neto a la industria farmacéutica y de equipos médicos y manteniendo una total inequidad al acceso a la salud. Ante esta situación de actuar y trabajar del sistema de salud, vale el preguntarse si esta ley va a caminar correctamente y va a contribuir a que las empresas, la agricultura, la minería, dejen de contaminar el aire con carcinógenos o el agua o los productos agrícolas y del hogar, etc., o será simplemente otro vehículo, para vendernos el último procedimiento quirúrgico o el fármaco de alto precio y mayor éxito, sacrificando cobertura y equidad y logrando pobre resolución de la incidencia y prevalencia del cáncer.