Alfonso Mata
El tejido social se desintegra, el político se corrompe, el religioso se inutiliza. Por consiguiente, día a día consolidamos una Nación perdedora de estándares morales llenando el territorio de una mayoría ciudadana con grandes dificultades económicas y pobres estándares de bienestar humano. Este es el escenario nacional, donde va quedando cada vez menos rastro que seguir, de confianza y credibilidad en algo o alguien.
Cada 4 años un impasse en la vida nacional agita y en medio de un alboroto de esperanzas, no deja de darse un ceremonioso reevaluar del desprecio del político por los demás.
Política y socialmente existe vigente un ritual de desconfianza mutua aunque cortés que nos mantiene a todos en nuestro lugar. Y en medio de un letargo gigantesco, día a día vivimos un desembalaje de mentiras y traiciones que llenan noticia de medios y de redes sociales, pero eso sí, siendo espectadores curiosos “de lejos” y usando como defensa nuestra indiferencia, como si los afectados fueran seres de otros mundos; eso sí, avergonzados de nuestra miserable situación, pero conformándonos con un quejumbroso “Y qué podemos hacer”. Insisto: somos y hemos sido construidos política y socialmente, para ver la cosa de lejos.
¿Porque planteo esto? Lo externado arriba habla de la historia de todos y cada uno; de una vivencia que nos mantiene anestesiados de cuanto está más allá de vivir un AHORA, habiéndonos permitido formarnos una consciencia que se mueve solo en un ahora que nos independiza de pensar y sentir a otros y de olvidarnos de demandas y respuestas, de un sentimiento que coincida con el cambio político y social. Ese vivir el ahorita, en buena parte dicta y enfoca hacia no cambio alguno, pues busca satisfacer el interés de ahorita que me envuelve; interés que solo demanda alcanzar un inmediato recuerdo y expectación. Solo así, el acontecer político y social deja de sorprendernos y no nos daña ante los acontecimientos negativos de la vida nacional confortándonos el: “¡Ay mijo! así ha sido siempre” que nos cubre desde la niñez.
De tal manera que mi percepción de los oscurecimientos de la vida social y política sobre mí, no son ni se tornan -solo raras excepciones- en mayores iluminaciones para construir un mundo mejor. Y así, dejamos de ver lo político y lo social como un acto que nos pertenece vivirlo y atenderlo, percibiéndolo como casualidad. Bien vale pensar que la mayoría vivimos como lo describía el poeta alemán de antaño: “Vivo, y no sé cuánto; muero, y no sé cuándo; marcho, y no sé a dónde: me admiro de estar tan alegre”. Creamos y hemos creado dentro de nuestro cerebro, un mundo político y social sentido como de males pequeños que, aunque los consideramos de gran incertidumbre, los percibimos lejanos a conciencia y expectaciones; y así, no me producen pesadumbre para continuar como soy.