Alfonso Mata

El sensualismo de las fiestas de Semana Santa ha quedado atrás; llena de votos y promesas para algunos. Pero para la mayoría, no fue más que un contium con una vida llena de los mismos relatos de calamidades infligidas a su ser y hacer, ya atiborrado de acciones que nos salen de funestas rutinas.

Mientras tanto, el mundo nacional como internacional retorna su camino, reclamando los dictados de autoridades protegidas de ambición, timo y abuso, disciplina y conformismo sin discusión de parte de sus pueblos. Ante ese orden de cosas, esperar a nivel nacional cambio de rumbo de la cosa pública y a nivel internacional final de la guerra, no cuenta con camino alguno para eliminar a malos y ambiciosos y endurecer a los vacilantes y conformistas. Sin embargo y en medio de esa trifulca, los poderosos se creen crédulos hasta la médula de ser los elegidos de Dios, esperando de los demás, obediencia hasta la muerte y otorgando a críticos y opositores, la migración y el exilio. En medio de ese caos, todos se creen de proceder bueno y racional. Y si proceden mal, siempre lo revierten de buenas intenciones exigiendo que no son los hombres los que les deben juzgar, sino el cielo. Y mientras, la nación y las naciones navegan sin rumbo en medio de esas tremendas confusiones, creando no soluciones sino bandos cada vez más fanáticos, más crueles y despiadadas se tornan las medidas contra el prójimo, al cual han borrado de su visión.

En este momento y de golpe los próximos meses, el país tiene que nombrar nuevas autoridades e instituciones de trascendental importancia, que tiene que ver con la justicia, equidad y bienestar de mayorías. La guerra, tiene que aclarar su rumbo, rompiendo con la certeza de que todo camina para mal. El panorama en uno y otro caso es desolador; no es un pensamiento melancólico, pero no cabe deducir que Dios arreglará las cosas. No hay tiempo para cavilar en ello; el único alivio es la acción. Las denuncias están a la vista. La puesta en marcha de la acción significa romper con la ya impuesta a base de favores ilícitos y tolerantes, de violaciones a la justicia y al derecho humano, que ha convertido el sentido de la Justicia y la Libertad, en el reino de poderosos en cosa vana; en que el estado se torna servidor de estos, ensanchando la distancia entre pueblos y sus gobernantes; entre clases socioeconómicas.

En la guerra en otros confines del mundo, ante los desmanes de nuestros gobernantes, surge de ello total carencia de compasión, pues todos nos vemos impulsados a alejarnos lo más posible de sufrimientos ajenos y a transformarnos en espectadores, mientras los verdaderos pandilleros se ocupan de dirigir, silenciando por decreto cualquier acto de Justicia. Son verdaderos varones feudales de quienes unos pocos aceptan cargos y reciben de sus manos dádivas, mientras la solución de las necesidades de las clases sociales queda a la mano de Dios. ¡Ve que resurrección aquella! Lo aceptablemente bueno y necesario ¡Al diablo! Lo inaceptablemente malo ¡sin condena! Desolación eterna para los pueblos.

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