Alfonso Mata

No importa cuál sea tu especialización, tampoco tu edad o sexo. Todos nos unimos en la lucha contra el coronavirus. Se cuenta por miles las historias de mujeres y hombres médicos que están al frente todos los días. Muchos tienen miedo de hablar sobre la situación actual y de cómo la está manejando el Sistema de Salud: ¡con los pies y sin brindar respaldo alguno! Y eso que un colega es el Presidente de la República. En casa de herrero cuchillo de palo.

Soy obstetra-ginecólogo; cuando comenzó la pandemia, estaba de baja por maternidad; vi los primeros días cómo la situación se estaba calentando y después de 10 días de iniciada la pandemia, recibí una llamada y no me quedó otra. Entendí el llamado, es imposible permanecer al margen cuando se comprende que las personas están enfermas y no hay nadie que las ayude.

Nos lanzamos con mis colegas a oscuras, no tuvimos cursos sobre la infección por coronavirus, ni tampoco protección alguna, los viejos internet y el WhatsApp, se convirtieron en nuestros maestros. Hasta ahora he atendido a ciento de pacientes con infección moderada y severa y afortunadamente la mayoría ha salido adelante a pesar del pésimo apoyo institucional por no decir nulo; a cambio, personas generosas nos han apoyado.

Los primeros meses fueron de surrealismo, porque el hospital, ningún hospital del país, tenía el nivel que demandaba la emergencia, todo se fue improvisando. Trajes, cubrezapatos, gorros, respiradores, anteojos, nada había y sigue siendo escaso y las autoridades que vienen a pasear, lo único que han hecho es empacharnos de promesas. Si el traje no se rompe en ninguna parte y la mascarilla no deshilacha, entonces tenemos suerte; de lo contrario, quedamos a la mano de Dios. Es por esa mala protección en el trabajo, que han muerto muchos médicos, mientras las autoridades presumen en informes y conferencias y de mostrar lo que no es cierto.

En las primeras semanas, mi rostro y el de muchas compañeras y compañeros fue literalmente borrado por el uso constante de la mascarilla. Por lo tanto, se nos ocurrió la idea de colocar parches debajo de los ojos y eso nos ayudó. Tengo sed constantemente y me duelen las quijadas y pómulos de tanto cargar la mascarilla y camino más de 10,000 pasos al día cruzando salas y corredores. Mis manos están rojas y agrietadas, me las lavo más de 150 veces al día. Nos alimentamos tres veces, pero con desgano. Todos acá trabajamos duro. No hay suficiente personal, algunos renunciaron, otros se enferman. Lo más triste es que mi hijo, ya camina, ya habla, y apenas lo he vivido. La generación nacida en estos dos años debería llamarse generación SARS Sin Amor Regular Sufragado, pues vinieron en zozobra y crecieron y habitaron entre cuatro paredes. Pero me parece que después de todo lo que hemos vivido colegas y compañeros, seremos amigos toda la vida, y así como reconstruimos toda la logística del funcionamiento del hospital desde nuevas paredes, divisiones, forma de sanear y bloqueamos toda la ventilación, hemos aprendido a reconstruir nuestras vidas, hasta hemos aprendido a espaciar ir al baño. El turno aún no termina, la pandemia tampoco pero felicidades colegas, que Dios los acompañe ahora y siempre.

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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