Alfonso Mata
La respuesta tiene dos caras: lo político y lo social. En lo social, la mayoría de ciudadanos se define cristiana; pero en nuestra cotidianidad, vivimos solo rastros de sus valores y mandatos. Si hablamos de lo político, ambos aspectos vuelven a resurgir: nos topamos con muchos funcionarios y políticos que se rasgan el pecho presumiendo que todo lo hacen en nombre del altísimo (sin mencionar de cuál) y nos topamos con un Estado que descansa en principios cristianos en letra, más no en acción.
No obstante, en lo social y en lo político, el cristianismo en la vida real de la Nación, ha jugado papel controvertido. Luego de la independencia, los que querían la separación del Estado de la religión ganaron la disputa. Pero entonces la religión, dejando de tener liderazgo político visible, ocupó un lugar detrás de éste, a veces con beneficio propio, a veces en pro de feligreses y no feligreses, ejemplos de lo uno y lo otro encontramos a lo largo de toda nuestra historia. Esa estrategia religiosa, también fue adoptada por otros sectores: el financiero, el comercial, incluso dentro de las instituciones del Estado como los militares, el sistema educativo, la salud, todos ellos actuaban convencidos que para obtener algo (cristiano o no) era mejor estar a la par o detrás del trono ejecutivo, legislativo o judicial. ¿Y qué resulta de todo eso? yo llamaría a esa situación “estados dentro de un estado” y derivado de ello, la doctrina social de la iglesia se echa a la basura, pues estado y estados existen y perduran en busca de privilegios para los grupos de poder y propios, resultando al final que miles satisfacen intereses propios a expensas de los derechos de millones, fruto de victorias exitosas, engañosas y pactos con los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, encaminadas a repartir y conciliar privilegios no a consolidar derechos y siendo central en todo ello, el dinero.
Así que el ciudadano debe de lidiar contra varias tiranías; religiosa, militar, financiera, comercial, salubrista, educativa, laboral, a fin de pellizcar retazos de derechos que en la conciencia social dejan de ser tales, para convertirse en “ayudas” calificadas por el ciudadano corriente y de buen corazón, como “benefactoras”, aportes que alimentan ese sentir y alivian temporalmente pesares y penurias.
Y así, el pueblo ve en ello y les reconoce el cumplimiento de su cristianismo y a su vez ese comportamiento sirve de ejemplo y provoca imitación que conduce a un cambio social de acciones, contenidos y principios cristianos, dejando como principal premisa “hay un Dios justo que preside el destino de las naciones” que llena mente y corazón de apatía y resignación pero también de justificación y que se complementa con un juicio hacia los otros de que “allá ellos y su Dios”. Actitud que convierte en letra muerta la doctrina social del cristianismo y como bien expresó un aprovechado de tal orden de cosas: “Esta nación no fue fundada por religiosos, sino por cristianos; no sobre religiones, sino sobre deseos humanos”. En ese orden de cosas, la doctrina social del cristianismo no tiene cabida.