Alfonso Mata

Pasan los campeonatos, el invierno en su apogeo, medio año lleno de fiestas, el COVID-19 no mengua, la trinca entre pueblo y gobierno sigue y persiste sin que este deje de murmurar del otro y el otro de este y en medio de ese silencio entre sordos, lo único que cabe es la esperanza de que el sinvergüenza caiga (¿cómo?) y dentro de poco ya no lo encuentre ¿pero sí yo lo encaramé? ¡No importa! Esperaré y mientras comeré con malestar, las palabras de aquel aldeano “Hombres que están bien establecidos en la vida, comen del trabajo de otras manos”.

Extraño dilema el de Dios, está para ayudar a ambos y no resuelve para ninguno. Hay oro y pecado en unos; hay pobreza, ceniza, derrumbes, peste, pero más que todo violencia en los otros y si no nos falla la memoria, la violencia mata más inocentes que culpables y que los desastres naturales (no se dice pues, que los que han muerto por coronavirus es más debido a la estupidez humana que a la maldad del virus). Bien decía mi abuela “Dispone Dios las cosas de manera, que a la humana flaqueza del hombre se le esconde”.

Los males de la naturaleza nos desesperan, nos asustan, pero no nos encolerizan ni nos conducen a odios como los humanos: un diputado es más dañino que el Pacaya; un juez más ruinoso que un temporal ahora llamado tormenta tropical; un banquero derrumba más más que el desborde de los ríos. Vemos y respetamos lo que hace la naturaleza, aunque no nos guste y dañe su actitud y aunque nos afligen sus despotricadas, no nos produce ni indignación ni frustración. Pero los que vienen del prójimo, eso sí nos despierta no sólo temor, sino nuestras más bajas pasiones; odio y cólera, venganzas contra justos e injustos y los que pagan los platos rotos, son los inocentes y los más sufridos. La vida que podemos llevar en ese caos redobla nuestras pasiones y algo aún peor, a fuerza de que nada cambia y de no mover ni un dedo por lograrlo, llegamos a ver como natural las desolaciones que nos aquejan, sin poner ni pensar para solucionarlas, ni acuerdos para hacerlo.

Y así vivimos y la vamos pasando sobre una torre de cadáveres, que ha ido por generaciones alimentando nuestra indiferencia y tolerancia diaria y dejando que la justicia en nuestra tierra cumpla al mejor postor, mientras nos convertimos en grandes autores de indiferencia y conformismo, para alegría de los pocos que nos colonizan. La agresión quiere y hiere a diestra y siniestra, arriba y abajo, pues no es la distribución de ambición poder y riqueza lo que nos conmueve, sino lo que se agita constantemente es el canasto de nuestras pasiones. Seamos pobres, estemos en medio o encumbrados, todos marchamos alimentados por frustraciones, rencores y envidias hacia el mismo fin, formando una nación de gran culpable, sin que se le llamé a nadie y por nada a juicio; el condenado es el que nada debe, el glorioso el que come del trabajo de otras manos y a lo que todos llamamos la buena vida.

Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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