Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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El 29 de diciembre de 1,902 muchos parisinos se despertaron experimentando náuseas y malestares corporales cuya explicación sigue siendo un misterio hasta el día de hoy. Los relojes de péndulo, por causas que nadie logró descubrir jamás, detuvieron de pronto su movimiento y dejaron de marcar por un momento el paso del tiempo.

Los relojes de resorte, que también existían entonces, continuaron su mecánico movimiento tal como cabría esperar que ocurriera normalmente con esos artilugios inventados como fieles testigos de que la vida es un devenir inexorable, tal como aseveró alguna vez el filósofo griego.

Y aunque por más de un siglo muchos han elucubrado acerca del detonante y de las causas de tal fenómeno, lo cierto es que muchas veces los misterios cobran una suerte de vida propia que les permite adueñarse de las bondades del hermetismo, de la impenetrabilidad de una explicación que resulte plausible y que eventualmente deje satisfecha nuestra curiosidad. Las preguntas al respeto se multiplicaron rápidamente en la época, pero pronto pasaron al estanque del olvido ante la imposibilidad de dar alguna respuesta que resultara medianamente aceptable.

¿Por qué sucedió aquello solamente en ese espacio geográfico del globo, y por qué afectó solamente a los relojes de péndulo y no así a los relojes de resorte? Ni la ciencia, ni los asiduos a las fantásticas teorías modernas que a veces van más allá de lo científico han aclarado el acontecimiento.

El otro día, mientras hablaba por teléfono con una tía muy querida a quien llamé para felicitarla por su cumpleaños, recordé que ella tiene en una de las paredes de su comedor un hermoso reloj de péndulo, no muy grande, con esa caja de madera cuidadosamente barnizada y con esa particularidad que da a los artefactos queridos una especie de halo invisible cuyo significado trasciende lo estrictamente material.

Y pensé que en ocasiones es preciso observar con otros ojos y en los sitios menos imaginados para encontrar la respuesta a una pregunta que quizá no resulta tan compleja cuando la vemos desde un ángulo más objetivo y aceptando que no todo se resume siempre en un asunto material. Así son los misterios de la vida humana, impredecibles, inesperados.

Y tan enigmáticos como el movimiento de aquellos relojes de péndulo que hace más de un siglo detuvieron su acción por un corto instante, un momento que aún en nuestros días sigue siendo un asunto incierto… Cosas de la historia, supongo.

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