Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Soy de los que suelen dormirse tarde casi todos los días. Buscar los efectos de los soporíferos trucos de Morfeo cuando se está cerca de la medianoche, nunca me ha parecido un asunto fuera de lo común.

Aunque eso, ciertamente, no a todos los seres humanos se nos da de la misma manera y con los mismos resultados. Para muchos el desvelo, aunque en ocasiones resulte incluso un manto grueso y pesado cual poncho de altiplano, es visto solamente como una etapa que tarde o temprano habrá de ver un final.

Las madres (o padres) abnegadas (abnegados) que vigilan el sueño de algún adorado infante, son el mejor ejemplo de ello. Sin embargo, no todos los desvelos llevan tan nobles y loables propósitos de subsistencia humana, sobre todo en estos impredecibles tiempos de acelerados cambios tecnológicos y de vicios o padecimientos que tal vez nunca imaginamos llevarnos algún día a la cama cada noche: los teléfonos celulares, testigos incansables de nuestros últimos minutos despiertos cada jornada, siempre están dispuestos a facilitarnos algún tiempo extra, lanzándonos insinuaciones titilantes desde la mesita de noche, prestos (y hasta ansiosos, si acaso fuera posible) a recordarnos con alguna tonadita de moda o curiosa alarma tempranera, que un nuevo día comienza, tal como ocurrió veinticuatro horas antes, y como ocurrirá veinticuatro horas después, aunque la noche se nos haya escapado sin apenas percatarnos como el agua suele escaparse entre los dedos.

No dormir lo suficiente puede traer consecuencias negativas a la salud, dicen quienes saben al respecto, pero eso pareciera no impedir que cada vez parezcamos dormir menos en términos estadísticos en el marco de la sociedad, que es como deben medirse y estudiarse estas cosas, aunque… Quién sabe si las pupilas azules que alguna vez clavaron su mirada en Bécquer cuando se lanzaba la pregunta de Qué es poesía no fueron el producto de una o varias noches de insomnio; o la Noche de ronda de don Agustín; o el pequeño gran Dinosaurio que seguía allí, de don Tito; o la E=mc2 de Einstein que paradójicamente a tantos ha desvelado… Supongo que sí, pero la verdad es que quién sabe, como reza aquella popular frase contemporánea.

El insomnio no es lo mismo para todos, y no todos lo padecemos de la misma forma, aunque probado esté que, por la causa que fuere, cada vez se duerma menos.

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