A pesar de que siempre he tenido ciertas dudas de que las casualidades existan, he de decir que por una suerte de casualidad vi un video en el que un joven cuyo nombre y origen no me preocupé siquiera por retener en la memoria, explicaba, con argumentos bastante convincentes, por qué, según él, los mapas que en la actualidad conocemos del mundo están equivocados, es decir, mal trazados y mal proporcionados en términos de las dimensiones observables de cada continente o potencia en las láminas e impresiones que desde los primeros años de escuela los maestros han utilizado para enseñarnos la distribución del espacio físico geográfico del planeta. Lo cierto es, decía aquel joven, que si sumamos las extensiones territoriales de los países que componen cada continente (lo parafraseo), el resultado no cuadra con los dibujos cándidamente aceptados por todos (o casi todos) de conformidad con los mapas actualmente existentes.
Aunque no me he tomado el tiempo para comprobar tal aseveración, la idea planteada no me ha parecido tan descabellada como podría. Y más allá de las teorías infundadas o popularmente denominadas conspiranoicas, e independientemente de que lo aseverado sea verdad o no, lo cierto es que históricamente la humanidad se ha movido con base en aseveraciones de unos pocos, aseveraciones que son creíbles y aceptadas por la mayoría ante la imposibilidad de corroborar lo dicho, sea por incapacidad, por falta de recursos o por simple desinterés.
En estos tiempos de importantes avances tecnológicos, fácil sería escanear el planeta entero (no dudo que ya se haya hecho, aunque es una cuestión de la que desconozco) a través de las herramientas satelitales de las que ya se dispone y elaborar un mapa global que responda a las verdaderas dimensiones de cada continente o país, sin quitar o agregar tamaño a uno u otro, para luego plasmarlo todo, de acuerdo con una escala real, en esas coloridas láminas para escolares a las que nos hemos acostumbrado a través de los años. La percepción de las cosas incide en el ejercicio y/o acatación de poder, sin duda. Eso ha mantenido la rueda girando a través de la historia del mundo. Y seguramente así se mantendrá por mucho. Quizá valga la pena tratar de entender el asunto desde esa perspectiva, sin olvidar que la complejidad de los colores de un arcoíris no es más que el paso de gotas de agua a través de la luz (dispénsese la metáfora), es decir, no todo es precisamente siempre como nos es dado apreciarlo. Aunque todos ejercemos o acatamos poder en alguna medida, en términos de geopolítica, la percepción de grandeza es un asunto que trasciende la simple percepción como concepto.