Los centros comerciales modernos tienen esa suerte de fijación por hacernos caminar a través de extensos espacios en los que normalmente no encontraremos motivaciones que despierten de verdad nuestro interés. En ese misterioso arte adivinatorio de lo que deseamos o necesitamos para sentirnos integrados a algo, los malls inteligentes de hoy, ocupan un sitio de singular privilegio. Las gradas eléctricas, por ejemplo, usualmente están situadas estratégicamente para que recorramos un nivel completo, observándolo todo y propiciando que a veces olvidemos incluso a qué vamos, antes de poder acceder al nivel al que nos dirigimos (para realizar un trayecto similar, de forma inversa, antes de llegar finalmente al establecimiento que buscamos y en el que tal vez estaremos sólo unos pocos minutos). “Cosas de la modernidad”, me dijo un amigo cuya aseveración en principio me pareció solamente un comentario producto de cierta frustración (aunque en el fondo sabía que algo de razón tenía). Resulta bastante evidente que las nuevas tendencias mercadológicas y los diseños arquitectónicos destinados a optimizar los espacios en función de una meta comercial, apuntan en dirección de que se cumpla ese bondadoso objetivo de hacernos caminar unos cuantos pasos extra de forma aparentemente inadvertida, ejercicio que seguramente no le cae mal al cuerpo, aunque no seamos de esos seres obsesionados en conocer la cantidad de calorías quemadas en cada uno de los pasos que hemos dado (porque la moda es cool). Pensé en todo esto mientras comprobaba que el pequeño local de sushi que había visitado en ocasiones anteriores y al cual me dirigía en el área de restaurantes de uno de esos centros comerciales que me queda camino a casa, ya no estaba. Un letrero que anunciaba la próxima apertura de un local de hamburguesas (o algo así), ocupaba lo que un par de semanas atrás era el colorido menú de populares especialidades venidas del continente asiático. Yo había llegado al lugar en busca de algo específico, y aunque las opciones en los locales circundantes eran variadas, opté por caminar de regreso y recorrer de nuevo el camino por el cual había llegado. Caminé sin detenerme hasta llegar a las gradas eléctricas por las que minutos antes había subido, sólo para comprobar que esas gradas eran únicamente para subir. No había manera de bajar por allí, así que, tal como había hecho un momento antes, hube de volver a caminar, regresando casi la mitad del trayecto para poder bajar al primer nivel y buscar la salida hacia la transitada calzada. No compré nada, ni me detuve a observar los escaparates de las tiendas frente a las que pasé porque no me quedó de otra. Sin embargo, ahora estoy pensando comprarme uno de esos relojes que, además de artilugio para saber en qué parte del día nos encontramos, también cuentan los pasos.
Adolfo Mazariegos
Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.