En el marco de la geopolítica es fácil notar cómo los vacíos de poder en el mundo van dejando espacios que son hábilmente aprovechados por actores a los que, desde el punto de vista de la hegemonía que en distintas áreas de la convivencia humana ciertas potencias han ejercido durante largos periodos de la historia, probablemente no se les había prestado mucha atención en el pasado reciente. La historia global así lo demuestra. Y hoy, sin embargo, a pesar de la pandemia reciente que de alguna manera nos ha afectado a todos (o casi todos), esa tendencia sigue el mismo curso de aparente reconfiguración periódica, cíclica.
En tal sentido, América Latina (salvo excepciones muy respetables), cuya actuación en la escena mundial ha sido poco trascendente las más de las veces, sigue siendo, no obstante, un territorio geopolíticamente muy apetecido, una suerte de jardín o huerto que bien cultivado puede dar más que mucho. El mapa de la hegemonía en el mundo ha experimentado cambios acelerados en los últimos años. Distintos actores que quizá hace tan sólo unos pocos años eran vistos más allá del horizonte, hoy parecieran estar a la vuelta de la esquina, reclamando espacios a veces de forma sigilosa; a veces irrumpiendo en el escenario global con avances tecnológicos o económicos que les permiten ampliar de alguna manera su capacidad de influencia política en áreas diversas que a veces llegan a ser muy importantes. Otros, por su parte, parecieran aprovechar espacios que en un momento dado pueden ser de utilidad en la obtención de “pequeños” objetivos concretos, lo cual, a muchos, como ya se apuntó, quizá parezca parte de una suerte de reprise de un ciclo ya vivido en su momento por la humanidad.
La reconfiguración de los campos de influencia en el mundo se mantiene en marcha, puede observarse claramente en distintas partes del globo como Asia y la Unión Europea, y es una realidad que va más allá de los problemas en distintas economías mundiales o de las movilizaciones migratorias constantes. Vale la pena prestar atención, asimismo, a eso que ha dado en llamarse crisis de la democracia, en virtud de que el descontento social derivado del incumplimiento de expectativas ciudadanas y la corrupción de los sistemas políticos, independientemente de la tendencia o corriente político-ideológica en cada Estado, es, en su conjunto, un elemento importantísimo de análisis que no debe pasarse por alto al intentar explicar esa reconfiguración en marcha, que, de alguna manera, hace evidentes nuevas necesidades y nuevas formas de ver el mundo.