Adolfo Mazariegos

Los seres humanos solemos ver lo cotidiano como algo muy normal. Sin embargo, la normalidad es preciso verla desde distintas perspectivas, según las circunstancias, y no sólo como algo a lo que no es necesario prestarle atención porque sencillamente así es y así ocurren las cosas y probablemente así seguirá ocurriendo todo siempre a través del tiempo… Puede ser, pero también puede ser que no. Y quizá el asunto no sea exactamente como lo pensamos o como lo imaginamos desde nuestra particular percepción humana. El simple hecho de aceptar que algo puede ser blanco o negro (por ejemplo), supone una amplia gama de posibilidades que van de un rango de color a otro (aun cuando muchos aseguren que el blanco no es más que una simple manifestación de la ausencia de color, en cuyo caso la premisa aun así se mantendría, dado que el rango de color iniciaría en tal ausencia hasta desembocar en el color negro).

Aceptar la existencia de solamente esta o aquella opción, sin analizar, aunque fuere someramente, la existencia de otras posibilidades nos limita a no buscar, a quedarnos quizá en el único sitio que creemos conocer pero que al final también ofrece otras posibilidades que a lo mejor no somos capaces de ver a simple vista. “Nadie se sumerge dos veces en el mismo río”, dijo alguna vez el quizá mal llamado melancólico de Éfeso, refiriéndose sin duda al cambio constante de la vida cotidiana y al devenir en el que tal vez nos sumergimos sin apenas percatarnos de ello, solamente dejando que ocurra el bamboleo constante que asumimos como algo que ha de pasar sin más. La vida, ciertamente, es dinámica, cambiante. Y aunque las mismas cosas permanezcan en nuestro día a día y podamos constatarlo con facilidad, ciertamente todo sufre algún cambio, como en el río referido por Heráclito, cuyo cauce puede cambiar, cuya agua no será la misma, aunque forme parte del ciclo natural que a todos nos es prácticamente conocido.

Como los elementos de la naturaleza están sujetos a los cambios, a la modificación, la vida humana también, ya que formamos parte de esa vorágine de elementos que la componen y que contribuyen a que dicha modificación ocurra. Cambios, o modificaciones, o alteraciones, o transmutaciones (o como queramos llamarles), que pueden ocurrir en pocas horas o en muchos años, pero que al final, tan sólo vienen a confirmar, de una u otra manera, que, hasta lo cotidiano, aquello que tal vez consideramos muy normal, puede quizá no serlo.

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