Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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El tema de la Inteligencia Artificial o IA es ya un tema recurrente en nuestro día a día. Un tema cotidiano del que ahora vemos, leemos o escuchamos prácticamente en todas partes, en los diarios, en la televisión, en Internet, en la radio, y hasta en nuestro propio hogar sin apenas percatarnos quizá de ello. Decía Víctor Hugo, el célebre poeta, novelista y dramaturgo francés, que lo que conduce y arrastra al mundo no son las máquinas, sino las ideas. Y ciertamente, esa es una hermosa y optimista metáfora de la acción humana con respecto a la capacidad de razonar de que a veces con pomposidad y rimbombancia hacemos gala. No obstante, existe una considerable diferencia entre las máquinas propiamente dichas, entendidas como esos mecanismos operados con base en la fuerza o en algún tipo de combustible conocido, y lo que denominamos Inteligencia Artificial. Esta segunda, según se sabe, funciona con base en algoritmos que muchas veces son complicados y difíciles de descifrar. Y aunque manifestar preocupación, temor o algún tipo de incertidumbre al respecto parezca absurdo o descontextualizado, lo cierto es que sin que nos demos cuenta hemos pasado a formar parte ya de una sociedad global dependiente de tal tecnología que hace tan sólo unos años era considerada una suerte de elucubración distópica. La IA hoy se encuentra en todos lados, en los autos, las cocinas, las oficinas o en las salas de millones de hogares modernos. Basta echar un vistazo a los teléfonos móviles que para muchos hoy constituyen una verdadera extensión de su propio cuerpo; o los hornos de microondas en los que algunos solemos calentar el almuerzo; o los televisores de última generación en los que con sólo presionar un botón se accede a infinidad de aplicaciones y posibilidades de uso basados en Inteligencia Artificial. Si lo meditamos un poco, todo ello ha ocurrido en un lapso que muy probablemente no supera los cincuenta años, período que en términos históricos de desarrollo humano es prácticamente un soplo. Y no se detendrá, en virtud de que es parte natural del desarrollo que ha movido desde siempre a la humanidad. El periodista Kevin Roose, dijo recientemente haber quedado muy sorprendido y perturbado luego de sostener una extraña conversación con un chatbot, sobre todo, después de haber introducido en la charla el concepto de “la sombra”, término acuñado por Jung para referirse a la parte de la psique que suele reprimir nuestras fantasías y deseos más oscuros. ¿Podría la Inteligencia Artificial tener deseos oscuros?… El simple hecho de pensar que pueda tener deseos, en sentido humanizado, aunque no sean precisamente oscuros, es ya una cuestión que no deja de ser mucho más que sorprendente… Y ciertamente, quizá perturbadora.

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