Adolfo Mazariegos
Decía Albert Camus que, “lo que cuenta no es lo que se dice, sino lo que no es necesario decir”. Muchas veces, sobre todo en este nuestro mundo moderno, las palabras abundan, y en ocasiones, hasta suelen sobrar cuando es preciso apreciar algo con mayor claridad. Una imagen vale más que mil palabras, reza el refrán, y quizá sea eso cierto, aunque también puede ser que todo dependa del color del cristal con que las cosas se vean, es decir, la perspectiva, el interés en juego, la finalidad. En fin, lo cierto es que, en términos generales, los seres humanos nos vamos acostumbrando a una forma de vida global que seguramente no se detendrá, y que tal vez (como dicen los entendidos en la materia) no sea más que una ilusión que queremos hacernos porque quizá así es mejor. Una de las mentes contemporáneas que sin duda pudo captar con más claridad esa idea de la ilusión asociada al concepto de felicidad es Huxley, el novelista inglés que falleció en California en 1963 y quien se adelantó a la vorágine de acontecimientos que hoy se viven en el marco de eso que para muchos constituye la felicidad. Sin embargo, ¿nos hemos preguntado alguna vez en qué radica o en dónde se encuentra el asidero de tal felicidad? Algunos autores sostienen que el punto de partida es menester buscarlo en el miedo, es decir, esa sensación que a veces se experimenta por simple afán de pertenencia, de sentirse aceptado, de formar parte de algo. La novela Un mundo feliz es probablemente la pieza literaria en la que podemos encontrar esa anticipación aludida y esa asociación de la ilusión con respecto a la felicidad. Hoy podemos asociarla incluso, como refiere el surcoreano Byung-Chul Han, a la disposición a sacrificar libertad a cambio de seguridad, otro de los conceptos asociados al deseo de consecución de felicidad. Y he allí, en el deseo, otro interesante punto de partida para el análisis en la misma dirección cuyo destino será el mismo: la felicidad. La tecnología, por su parte, ha venido a constituirse en campo de cultivo perfecto para la profundización de tales ideas en el sentido de permitir la permanencia de la ilusión, el apego a lo que no se entiende, pero se desea porque pasa a formar parte de lo cotidiano, de lo que para muchos está al alcance de la mano, en una pequeña pantalla que hace tan sólo cincuenta años no existía pero que ahora forma parte de nuestro propio cuerpo como si de una suerte de extensión se tratara. En fin, sea cual sea nuestra percepción de la felicidad, de la circunstancialidad, y de la forma de alcanzarla, quizá valga la pena ver un poco hacia adentro, y plantear la pregunta esbozada líneas arriba.