Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En sus memorias, el recientemente fallecido director de teatro y cine Peter Brook se cuestionaba acerca de qué es real. En uno de los pasajes de su infancia, según cuenta en esas memorias, visitó la librería Bunpus, en Oxford Street (asumo que en Londres, la ciudad donde nació y donde pasó su infancia). Allí, en la librería, se desarrollaba la puesta en escena de una obra de teatro para niños, la primera experiencia teatral que tuvo y, además, la más vívida y la más real entonces para él. Pero ¿qué es real en una obra de teatro? ¿Acaso la historia que se desarrolla sobre el escenario forma parte de eso que muchos llaman ”una realidad alterna”? ¿Acaso los artistas que interpretan cada personaje se sumergen en una realidad que trasciende sus propias existencias y las de los espectadores? Quién sabe. Lo traigo a colación con el mayor de los respetos. Eso que llamamos realidad, quizá no lo sea de igual manera para otros, sobre todo, en estos tiempos en que las teorías conspirativas y las ideas encaminadas a cuestionar los detalles de la propia existencia humana están a la orden del día. Sin embargo, más allá de elucubraciones demenciales que sin duda nunca llegan a buen puerto, las disquisiciones y los cuestionamientos acerca de qué tipo de realidad vivimos en la actualidad, son válidas. La realidad, en ese caso, se transforma en un asunto subjetivo, en virtud de que no es ni puede ser la misma realidad (por ejemplo), aquella que experimentamos quienes vivimos en una ciudad y quienes viven en una comunidad rural alejada, muchas veces, de las prisas y predicamentos que suelen ser como el pan de cada día en una urbe. Hoy no falta, incluso, quien asegure que la vida humana no es más que una suerte de programa de computadora en la que tan sólo desempeñamos un papel ya determinado mientras alguien más mueve los hilos y acondiciona todo desde afuera (y vaya a saber, según esa perspectiva, con qué perversas intenciones). Toda forma de pensar es respetable, por supuesto. Y todos tenemos derecho a expresar nuestras propias teorías o hipótesis con respecto a lo que consideramos nuestra realidad, sea como simple espectador de un mundo moderno del cual formamos parte queramos o no, sea como alguien consciente de que afuera de nuestra puerta existen muchos mundos que quizá desconocemos y que quizá valdría la pena conocer. Cada vida es un mundo. Cada persona puede ofrecer universos de maravillas con tan sólo sonreír o palmearle el hombro a alguien más. Y esa es mi realidad, la que está por descubrir la sonrisa de algún niño; la de quien madruga para llegar a trabajar; la de la esperanza; la del sol de la tarde y del café al final del día; la del monte; la de los caminos, que aún hay que recorrer…

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