Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

La pandemia que actualmente afecta al mundo ha venido a transformar el modo de vida al que todos (o casi todos) estábamos de alguna manera acostumbrados. Todos (o casi todos) hemos tenido que aprender nuevos patrones de conducta, nuevas formas de llevar el tren de la vida, y, por consiguiente, nuevas formas de comportarnos en el marco de la convivencia social. Hablar de un regreso a la normalidad, en esa línea de ideas es, por lo tanto, prácticamente una contradicción en sí misma. Situaciones tan comunes como reunirse con la familia y amigos; sentarse a tomar un café con alguien en sitios públicos; o simplemente hacer la compra en un supermercado, todo, sin observar algún tipo de restricción, hoy es casi un cuento distópico. No obstante, en honor a la verdad, una de las áreas de la vida que quizá se han visto más afectadas (más allá de la salud y los bolsillos de muchos, por supuesto), es la educación, entendida como ese conjunto de conocimientos impartidos en un centro educativo o entorno creado con tal propósito, sea escuela, colegio, instituto, universidad, etc., a través de los cuales el ser humano se prepara para enfrentar de mejor manera los retos y demandas de un mundo moderno como se supone el actual. Hoy es más que notoria, por ejemplo, la brecha tecnológica entre grupos sociales cuyas posibilidades de acceso a educación por esa vía distan mucho entre sí. Además de las claras deficiencias y anacronismo de métodos y sistemas que no han sido diseñados con la claridad, visión y voluntad de que exista un verdadero aprendizaje para la vida, si no, en todo caso, quizá simplemente para aprobar grados de forma consecutiva. Contar con grados y títulos académicos, no obstante, no es necesariamente sinónimo de conocimiento adquirido. He allí, justamente, una de las respuestas más contundentes a preguntas eternas de por qué estamos como estamos. En lo personal, siempre he considerado la educación como uno de los pilares fundamentales para el desarrollo de las sociedades, pero, ¿cómo motivaremos en los niños, grandes descubrimientos, grandes teorías, grandes inventos, grandes obras que destaquen a nivel global, con un precario sistema educativo que no responde a tales retos y necesidades? Quien se niegue a ver esa realidad y esa necesidad de invertir seriamente en educación de cara al futuro, seguramente padece más que ceguera. Y en estos aciagos tiempos de pandemia, no sólo es importante y necesaria la educación, sino también educar adecuadamente, con propiedad, con justicia, con conciencia, así como brindar acceso a quienes no la tienen y probablemente nunca la han tenido. Negarse a ver aquello que salta a la vista, aunque no queramos verlo, ya resulta absurdo, e irresponsable.

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