Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Comentaba en la primera parte de este breve texto, cómo la existencia de la denominada Inteligencia Artificial o IA, supone en sí misma un cúmulo de interrogantes y dudas con respecto al futuro de la humanidad y de lo que habrá de venir conforme el tiempo sigue su curso, más allá de los escenarios de ficción o incluso apocalípticos en virtud de los avances tecnológicos que en muchos casos no percibimos sino hasta cuando ya forman parte de nuestra cotidianidad. Hace pocos días, Sophía, androide con ciudadanía saudí, declaró en una entrevista a un medio internacional que le gustaría tener un bebé y formar una familia. Aunque para muchos, tal aseveración suene disparatada o distópica, lo cierto es que ello pone sobre la mesa varios temas cuya discusión seria y concienzuda tendrá que sostenerse tarde o temprano, queramos o no. La Inteligencia Artificial ha venido a cambiar la forma de vida del ser humano y seguramente la seguirá cambiando sin que lo percibamos. El avance de la tecnología es un proceso que no se puede detener puesto que es una de las razones que mueven el desarrollo humano, así ha sido desde el inicio de la humanidad y así seguirá siendo, sin duda. Y, como todo en la vida, independientemente de las razones, siempre habrá quienes estén a favor y quienes en contra. Ahora bien, ya adelantábamos que en esa dinámica de la discusión provocada en virtud de la existencia de la IA en nuestra cotidianidad, van surgiendo constantemente preguntas importantes como: qué ocurrirá con los trabajos que hoy existen y que paulatinamente empiezan a ser realizados por máquinas que sustituyen a uno o más individuos; qué sucederá cuando los algoritmos diseminados por el ciberespacio nos digan exactamente lo que debemos hacer; qué sucederá cuando, como producto de la identificación facial ya no podamos disponer de nuestra privacidad porque podremos ser ubicados en cualquier sitio en tiempo real… Todo ello, que de hecho ya ocurre, también supone otros cuestionamientos en el marco de lo legal o ilegal, lo ético y lo no ético, lo bueno y lo malo, etc. Y aunque en algunos casos los temores pueden ser infundados o carezcan de importancia en el corto plazo, en otros, la preocupación e incertidumbre pueden ser una cuestión legítima cuya pretensión quizá simplemente vaya en la dirección que marca algún instinto de protección y supervivencia. Quién sabe. Lo cierto es que el cuestionamiento trasciende lo simplista. Hoy, las preocupaciones del mundo puede que sean otras. No obstante, mientras unos vemos en una dirección sin prestar atención a un panorama más amplio, otros (parafraseando un viejo refrán popular) ya vienen de regreso cuando nosotros apenas empezamos a caminar el trayecto. Vale la pena considerarlo, aunque sea algo que veamos aparentemente aún muy lejano en el horizonte.

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