Adolfo Mazariegos
El pasado viernes tuve la oportunidad de asistir a la inauguración de la exposición colectiva organizada por el Sindicato de Artistas de la Plástica Guatemalteca en el Palacio Nacional de la Cultura. Un evento al que fui amablemente invitado por el poeta y artista Juan Luis Gálvez, uno de los expositores en la muestra pictórica y escultórica a quien agradezco profundamente la deferencia. En la muestra han conjugado su trabajo artistas de distintas áreas del país y convergen en ella diversas técnicas, estilos y particulares formas de ver la vida cotidiana a partir del arte, particularmente en estos aciagos tiempos de pandemia en los que se ha visto trastocada nuestra forma de vida y nuestros modelos de conducta en el marco de la convivencia social. Conocí y conversé brevemente, hacia el final de la actividad, con algunos de los artistas expositores, entre ellos el escultor Fernando Fiera Carranza, cuya obra “Danielito”, no dejó de llamar mi atención en virtud de que, según me explicó, estaba trabajada a partir de elementos tecnológicos reciclados, partes de computadoras en desuso y aparatos eléctricos que cobran nueva vida en la forma de un robot al que los asistentes y espectadores pueden acercarse libremente, tocarlo y comprobar de qué está hecho. “A mí no me incomoda que los espectadores, especialmente niños, vengan y toquen esta obra -me dijo el artista-, que lo hagan, y que pongan a volar su imaginación”, (lo he parafraseado). La obra, como adelanté, es la representación de un robot, pintado de verde, que, al apreciarlo detenidamente, transmite sensaciones diversas con respecto a una necesidad de toma de conciencia de cara al futuro inmediato del ser humano inmerso en esa vorágine de adelantos tecnológicos acelerados en la que muchos vivimos, quizá. La reutilización de tales elementos tecnológicos, sin embargo, remite a la renovación de la vida sin falsas pretensiones en tanto que privilegio para lograr cambios en el marco de esa búsqueda constante del desarrollo y del progreso humano. Las temáticas en la muestra son diversas, desde sobrias críticas contemporáneas, pasando por propuestas estéticas de vanguardia, hasta momentos de tranquilidad en los que el espectador puede verse inmerso con facilidad al sumergirse en bodegones o paisajes nocturnos que bien pueden ser de Antigua Guatemala, del Puerto de San José, de Huehuetenango o de algún paraje inexistente pero real en la imaginación del artista. La exposición estará abierta al público hasta el uno de noviembre (según me indicaron), siguiendo medidas de bioseguridad, aforo y distanciamiento físico. Vale la pena, sin duda, acercarse un momento a disfrutar del trabajo de estos artistas que se han reunido y siguen haciendo arte, a pesar de la pandemia.