Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Realizaba la semana anterior, en este mismo espacio, una breve reflexión con respecto a esa realidad en la que hoy se encuentra inmersa -prácticamente- la humanidad entera (la pandemia que a todos nos afecta de algún modo) y de cómo esa vorágine de acontecimientos y sucesos que ha traído consigo la misma ha afectado también lo que conocemos, entendemos, asumimos o simplemente aceptamos como Democracia, según sea el caso. Es innegable que los sistemas políticos, las formas de gobierno, o algunas de las prácticas usuales en el ámbito del ejercicio de la política, han sufrido también alteraciones o mutaciones durante los últimos años, cambios que, en algunos casos, la pandemia ha venido a intensificar, haciendo más obvias algunas de las problemáticas, falencias o necesidades que a veces se experimenta en el marco de la convivencia social partiendo de esa dicotomía gobernantes-gobernados (o viceversa). La Democracia es un tema del que por diversas razones suele hablarse constantemente en casi todo el mundo. Y como hice notar también en la primera parte de este sencillo texto, no pretendo cuestionar ni mucho menos negar las bondades de vivir en democracia a pesar de sus imperfecciones (particularmente en América latina), sino todo lo contrario. No obstante, valdría la pena revisar, desde la perspectiva académica, aunque de momento fuere someramente, los modelos vigentes en la actualidad latinoamericana, pues en virtud de la juventud de la democracia en América Latina en términos generales (no más de cincuenta años), enfrentando ese cúmulo de falencias o debilidades aludidas, la Democracia se constituye en sí misma en un hecho sumamente revelador y preocupante de cara al futuro, tanto como proceso como por las expectativas de los alcances que de tales procesos una vez iniciados suele tenerse transcurridos los años. Ejemplos de tal preocupación manifiesta hay varios hoy en tanto que procesos políticos en marcha en el continente. La permeabilidad de las estructuras estatales y la creciente susceptibilidad ante la corrupción en los grupos políticos organizados mediante los cuales se accede tradicionalmente al poder gubernamental, son algunos de los puntos de partida obligados para el análisis en tal sentido. Las desigualdades sociales es otro, una de las aristas cuyos efectos la pandemia ha hecho notoria de manera escandalosa y abrumadora en muchos casos, un asunto que muchas veces vemos como desde una ventana lejana, como algo que está en el horizonte pero que (por las razones que sea) nos resistimos a abordar con seriedad y urgencia, a pesar de que, en tanto que fenómeno social, de allí parten muchas de las razones por las cuales suelen exacerbarse los ánimos populares, incidiendo directamente, como es lógico suponer, en la Democracia.

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