Adolfo Mazariegos
Adelantaba en la primera parte de este breve texto (que fue publicado hace pocos días en este mismo espacio), cómo, independientemente de las razones, motivos o creencias de cada quien, las obras de ficción en las que los escenarios distópicos son predominantes –a veces aparentemente alarmistas–, se han venido convirtiendo en una realidad que no deja de ser inquietante y provocativa, sobre todo, en estos confusos tiempos de pandemia en los que todos, de alguna manera, hemos tenido que hacer cambios en nuestra particular forma de llevar la vida y asumir, en algunos casos, nuevos patrones de conducta y comportamiento en el marco de la convivencia social. Y más allá de los programas educativos per se que puedan existir o estar en uso en la actualidad (que es realmente la motivación de la inquietud aquí esbozada), la situación debe motivar al diálogo y a la discusión seria, concienzuda, con respecto a cómo, de qué manera, y qué tanto afectará todo ello a las nuevas generaciones en materia educativa, y, de ser posible hacer algo al respecto. No es el único tópico preocupante actualmente dadas las circunstancias, por supuesto, pero lo aceptemos o no, hay efectos que en tan sólo dos años ya están pasando una factura costosa y preocupante en la vida y salud de muchos niños y adolescentes, y en los procesos de enseñanza-aprendizaje que, en muchos casos, ya dejaban mucho que desear incluso antes de que nos viéramos inmersos en esta vorágine de acontecimientos que hoy afectan de algún modo a prácticamente el mundo entero. Lo escribió el Premio Nobel Kazuo Ishiguro en su novela “Klara y el Sol”, no hace mucho, poniendo en voz de uno de sus personajes (Klara) referencias notables a las tablets, a las pantallas de dispositivos electrónicos y a la forma en la que muchos niños y jóvenes reciben instrucción escolar actualmente. Esa realidad hace que nos cuestionemos, inevitablemente, cómo será más adelante, es decir, en cinco, diez o más años (quienes tienen acceso a una cosa y otra, por supuesto: educación y tecnología), y cómo ello cambiará, quizá para siempre, los modelos educativos y de instrucción escolar en el corto, mediano y largo plazos, además de empezar a provocar, asimismo, un fenómeno que es igual de preocupante y cuyos efectos es imposible invisibilizar en términos sociales y psicológicos: el aislamiento y eso que ha dado en llamarse “el vicio por las pantallas”. El avance tecnológico en tanto que progreso a través de la historia humana, no puede detenerse, tampoco el uso de esas tecnologías que periódicamente surgen o van mejorando como es lógico suponer que ocurra. De hecho, ese no es el punto en este caso, sino la forma en que estas tecnologías están siendo utilizadas y la responsabilidad con que como sociedad asumimos el asunto… Sin duda, vale la pena considerarlo, por quienes vienen siguiendo nuestros pasos.