Adolfo Mazariegos
En la actualidad se escucha hablar bastante acerca de lo que algunos analistas y estudiosos denominan “un retroceso de la democracia”. En el caso de América Latina, el tema reviste una singular importancia en virtud de las particularidades de los actores y escenarios que se observan en las dinámicas del ejercicio de poder (especialmente durante los últimos veinte o treinta años quizá). No obstante, para hablar de la Democracia y de cómo ésta funciona en la práctica de los Estados latinoamericanos, es preciso indicar previamente que, ciertamente, existe una considerable diferencia entre cómo se define y se explica teóricamente, y cómo es aplicada o asumida por aquellos que hacen gobierno o que pretenden ocupar posiciones de poder al frente de sus respectivos países, sobre todo, cuando la política es vista como una finalidad en sí misma y no como un medio. En tal sentido, es preciso indicar que los conceptos de política y democracia están íntimamente ligados, aun así, abordar la temática requiere partir no sólo de un análisis político (como ha sido las más de las veces), sino también histórico y sociológico, puesto que allí podrían encontrarse muchas de las explicaciones de por qué los pueblos actúan de una u otra manera en el marco de sus respectivos sistemas políticos. No es casualidad que América Latina guarde rezago con respecto a países del llamado Primer Mundo en materia democrática; no es casualidad que la corrupción forme parte de la cotidianidad de muchos de los sistemas políticos en los países latinoamericanos; y no es casualidad, por supuesto (como se ha observado en más de una ocasión) que de un tiempo a la fecha parezca estar en marcha un proceso -que se extiende a varios países- mediante el cual estén cobrando relevancia determinadas corrientes de corte autoritario como mecanismo para acabar con los flagelos que la ciudadanía percibe como óbice para el cumplimiento de sus propias expectativas ciudadanas. Los discursos que abanderan mano dura, por ejemplo, parecen llamar la atención y se venden como una salvación o como cura a los males que pudieran estar padeciendo los países, incluido el incumplimiento de las mismas instituciones en las cuales la ciudadanía ha depositado su confianza en el marco de lo que perciben como democracia. Aunque aún hay mucha tela que cortar al respecto, lo cierto es que, en términos generales, la democracia experimenta una crisis a nivel global, crisis que, aunque quiera negarse, existe. Y no es exclusiva de América Latina, por supuesto, un sector del mundo que con sus largos procesos de consolidación democrática no escapa a ello. No obstante, no existe un sistema moderno que supere las bondades de vivir en Democracia.