Adolfo Mazariegos
Existe un dicho popular que advierte sobre los peligros de transferir de forma poco meditada el poder soberano del pueblo (la soberanía radica en el pueblo, según lo establece la CPRG en su Artículo 141). A la hora de emitir el sufragio en un proceso eleccionario, por lo tanto, lo que se esperaría es que el voto fuera meditado, pensado, analizando al menos mínimamente lo que puede ocurrir derivado de ese voto que se emite. Ese mismo dicho aludido nos indica que, el hecho de darle poder a alguien, muchas veces suele mostrarle como realmente es: darle poder a alguien no necesariamente lo corrompe, tal vez ya está corrompido (corrupto) y solamente lo está mostrando como verdaderamente es, aunque claro, esa no es una regla general que tenga que aplicarse siempre, puesto que hay de casos a casos, aunque aún haya mucha tela que cortar al respecto. La dinámica generada por los hechos político-sociales ocurridos en Guatemala durante los más recientes años, sin embargo, ha puesto de manifiesto entre otras cosas, dos cuestiones muy importantes que vale la pena tomar en consideración y que no deben subestimarse dadas las actuales circunstancias locales más allá de la pandemia que afecta a nivel global. La primera de estas cuestiones es la capacidad que hace tan sólo unos pocos años aparentemente mostró la ciudadanía para organizarse y para reclamar su derecho a exigir cuentas claras y un actuar transparente en la forma de conducir la administración pública (y en el actuar de la denominada clase política), lo cual se constituye por sí mismo en un hecho histórico en el marco de la democracia guatemalteca, algo que muchos llegaron a catalogar, incluso, como una suerte de despertar ciudadano, a pesar de la poca contundencia que hoy se observa como producto de lo que en su momento se asumió como el inicio de proceso de mayor trascendencia. Valga decir en tal sentido, que un gobernante, congresista o funcionario público, puede ser recordado de muchas maneras, pero indiscutiblemente, la peor de ellas, es que sea recordado como alguien que deja el cargo repudiado. La segunda cuestión, que está íntimamente ligada a la primera, es esa suerte de advertencia que lleva también implícita una invitación en tanto que ejercicio ciudadano para elegir a quienes serán depositarios transitorios de la representación del Estado, una invitación a no transferir el poder sin pensar, a no llegar a las urnas cuando sea el momento para simplemente marcar la papeleta como caiga. El voto debe analizarse, debe emitirse con conciencia, y aunque parezca que aún es temprano para hablar del tema, lo cierto es que, en menos de lo que podremos darnos cuenta, estaremos a la vuelta de la esquina de un nuevo proceso electoral, y bueno es, por lo menos, darnos cuenta de cómo empieza a pintarse el panorama para el votante.