Adolfo Mazariegos
Cuando se habla del fenómeno social de la migración, entendida esta como el desplazamiento de seres humanos que dejan su lugar de origen buscando asentarse en un sitio distinto (a veces lejano, a veces mejor, a veces no tanto), es preciso comprender que, las más de las veces, ese proceso se da en función de la existencia de una necesidad que el migrante (migrante, emigrante o inmigrante, según el punto de vista para el análisis) precisa o desea satisfacer, sea de tipo económico, de seguridad o de cercanía con otros grupos familiares que quizá han partido previamente buscando una mejor calidad de vida que no siempre les es dado encontrar. En tal sentido, cuando se dan procesos migratorios como los que se han observado recientemente en el istmo centroamericano, con el desplazamiento de grupos humanos que buscan llegar al norte del continente, con la pretensión (según los mismos migrantes lo han manifestado) de vivir mejor y con mayor tranquilidad, resulta evidente, en primera instancia, que tal dinámica de movilización obedece a la falta de uno o mas satisfactores que consideran necesarios para la vida en el marco de la convivencia social en su propio país. En virtud de ello, por ejemplo, tanto la agudización de la pobreza como el aumento en los índices de violencia a la que está expuesta la población, se constituyen en elementos propios de un caldo de cultivo perfecto para el aparecimiento de movimientos cual mecha a la que cualquier chispa podría encender con facilidad a pesar de la pandemia en curso, tal como ha ocurrido. Los desplazamientos humanos que se han observado partiendo (principalmente, como ya se apuntó, aunque no con exclusividad) de uno o más países centroamericanos, poseen características sin precedentes en la historia reciente del istmo, mismas que es preciso abordar con seriedad, contundencia y voluntad política, puesto que desnudan, además, padecimientos sociales de profunda raigambre a nivel estructural. Y más allá de las elucubraciones o consideraciones que pueden incluso cuestionar su legitimidad, ciertamente, existe esa realidad. Las políticas públicas orientadas a la generación de empleo, a la seguridad ciudadana y a la educación de calidad (por citar algunas áreas), son primordiales como medios para la implementación de mecanismos y programas a través de los cuales se generen verdaderas posibilidades de desarrollo y crecimiento humano que den a la población no sólo tranquilidad, sino satisfacción de sus expectativas y necesidades humanas básicas. Existen, por supuesto, múltiples factores adicionales que es preciso considerar y que sería extenso enumerar aquí, sobre todo por la coyuntura global que atravesamos, pero valga exponer brevemente que en América Central no se habían registrado desplazamientos humanos masivos como los observados durante los últimos años, poniendo en evidencia el hecho innegable de que existen fenómenos sociales a los que debe prestarse atención de forma impostergable.