“Ni un paso atrás” exclamaba Álida Vicente, líder indígena el pasado 20 de octubre. De esta manera invitaba a la sociedad a unirse a la lucha para proteger el derecho más sagrado de la democracia: el voto.
Me sentí feliz y orgullosa del movimiento que los 48 Cantones han iniciado, de forma pacífica han realizado protestas y bloqueos en todo el país y a ellos se han unido muchos sectores: jóvenes universitarios, médicos, artistas, sindicatos entre otros. En mi opinión en un país como Guatemala, cuyo ADN es indígena, esta digna resistencia solo puede causar orgullo y solidaridad. Pero no es así, algunos exigen que se liberen las vías en virtud de la libre locomoción ¿extrañarán sus tres horas de tráfico para llegar al trabajo? En Guatemala al gobierno nunca le ha interesado la libre locomoción; basta ver el estado de las carreteras, la falta de un transporte público eficiente y seguro, y el tráfico de la ciudad de Guatemala totalmente colapsado. ¿Por qué, en su momento, no exigieron al gobierno ese mismo derecho?
Por otro lado, bloquear, manifestar y presionar para exigir un derecho es lo que ha generado cambios históricos y esculpido el mundo en el que vivimos hoy. Las protestas de mujeres británicas a principios del siglo XX, que incluían huelgas de hambre o explosivos en edificios públicos, les dieron a las mujeres el derecho a votar. La comunidad afroamericana logró derrocar el sistema de segregación gracias a boicots, desobediencia civil y a las protestas pacíficas lideradas por Martin Luther King en los 60s.
Un caso más reciente lo viví en primera persona al presenciar las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia a finales del 2018, los cuales se oponían al alza del impuesto sobre los carburantes. Bloquearon puntos neurálgicos de París, manifestaron de forma masiva y tomaron el control de los peajes dejándolos usar de forma gratuita (lo que generó pérdidas económicas para el gobierno y mucha congestión vehicular). Por supuesto que era molesto no poder moverse en ciertas zonas de la ciudad, tener que desviarse, un desplazamiento en el metro tomaba el doble de tiempo. Seguramente hubo pérdidas económicas para los cafés, restaurantes y tiendas de las zonas bloqueadas, pues no podían recibir gente. Eso sin contar las pérdidas en turismo, puesto que la ciudad más visitada del mundo estaba paralizada. Fue molesto, agitado y convulso. Sin embargo, la presión dio sus frutos: antes de que terminara el año, el presidente Emmanuel Macron dio un paso para atrás y el precio del carburante no aumentó. Es más, los carburantes fueron solo el inicio de una serie de reivindicaciones para las clases populares. En diciembre del 2018 Macron acordó un bono libre de impuestos para mejorar el poder adquisitivo de la clase trabajadora, el cual se sigue pagando hasta la fecha. Además, cedió a otras peticiones como no cobrar impuestos por las horas extras trabajadas.
Ejemplos de que los bloqueos, la desobediencia civil y las protestas generan cambios, abundan. Como diría Ricardo Flores Magón
“No son los rebeldes los que crean los problemas del mundo, son los problemas del mundo los que crean a los rebeldes” por eso, no nos callemos, no les demos ese gusto, defendamos nuestra democracia acuerpando esta digna resistencia.