La masacre de Concuá representa un momento clave para la historia guatemalteca. Diseño: Alejandro Ramírez/La Hora

Por Ana Lucía González
agonzalez@lahora.com.gt

La masacre de Concuá marca en forma trágica el inicio improvisado del movimiento guerrillero en Guatemala. El paso del tiempo ha borrado este recuerdo; pero cuando están por cumplirse 59 años de este suceso, algunos familiares buscan honrar la memoria de estos jóvenes rebeldes.

Las tumbas de ocho jóvenes en el cementerio municipal de Salamá, Baja Verapaz son mudos testigos de un episodio lamentable en la historia del conflicto armado en Guatemala: la masacre de Concuá ocurrida el 13 de marzo de 1962.

Este primer movimiento tuvo como denominador común el compromiso y los ideales revolucionarios de un grupo de jóvenes. Hoy solo queda como un vago recuerdo entre algunos de sus familiares y el pueblo de Salamá. Aunque algunos textos no concuerdan con el número exacto de esta comitiva, bautizada como columna 20 de octubre, quedan los nombres de 21 hombres, quienes bajo el mando del coronel Carlos Paz Tejada, se internaron un 11 de marzo de 1962 en las montañas agrestes de Concuá, municipio de Granados.

Existen algunos elementos que han permitido reconstruir lo que sucedió en Concúa. Foto Gustavo Grajeda

La aventura duró poco. A los dos días, los comisionados militares de la zona habían copado al inexperto grupo de estudiantes y sindicalistas. Después de un enfrentamiento que duró unas tres horas, trece de ellos murieron, ocho fueron tomados prisioneros, entre estos Rodrigo Asturias, excomandante Gaspar Ilom. Uno de ellos logró escapar: Paz Tejada.

Al cumplirse 59 años de este enfrentamiento, familiares de los caídos buscan honrar la memoria de este fatal suceso. Por eso, se han dado los primeros pasos para la construcción de un mausoleo que se planifica esté listo el próximo año, en el 60 aniversario.

HONRAR LA MEMORIA

Actualmente, en el área de “los pobres” del cementerio de Salamá conocida como “la de los muchachos” una plaqueta de mármol con los nombres de los trece caídos, es el único recordatorio que dignifica este episodio. La placa fue obsequiada por la familia de uno de los caídos al exhumar su cuerpo y trasladarlo al panteón familiar.

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Pero familiares de otro de los caídos que prefieren no ser citados, buscan dignificarlos mediante la construcción de un pequeño monumento que enaltezca los ideales por los que lucharon y murieron. Las especificaciones de este monumento consisten en un muro con una altura aproximada de 4.50 metros y 2.5 metros de ancho en ladrillo expuesto, con una placa en acrílico o resina con el nombre de cada uno y si posible con su respectiva imagen.

Además, en el muro posterior colocarían una descripción de lo sucedido y la importancia de este enfrentamiento. Complementa una columna que conmemore el nombre del grupo: “20 de octubre”, así como una placa “agradeciendo al pueblo de Salamá por albergarlos durante 60 años”.

EPISODIO TRÁGICO

Corría el año de 1962 y el ambiente político era efervescente. El toque de queda imperaba en todo el país y la oposición se organiza en la clandestinidad. Los estudiantiles salieron a las calles a protestar por el fraude para elegir diputados. Fue parte de la chispa de las jornadas de marzo y abril de ese año, cuando gobernaba el general Miguel Ydígoras Fuentes.

De izquierda a derecha: Oscar Marroquín Rojas, Carlos Figueroa Ibarra, Carlos Paz Tejada, Oscar Clemente Marroquín y Carlos Enrique Wer durante una visita a las instalaciones de La Hora. Foto La Hora

En ese contexto, dirigentes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) y el ala izquierda del Partido Unidad Revolucionaria (PUR) reclutaron a un grupo de jóvenes, en su mayoría estudiantes universitarios, de educación media y sindicalistas para que tomaran las armas. La aventura duró poco.

No se tiene certeza de cuántos eran los integrantes. Algunos textos indican que eran 21, otros hasta 23. Se conoce que fueron escogidos con base a su compromiso y entrega a la causa, no por su experiencia en combate, ni por sus condiciones físicas, ni por el conocimiento del área a donde se dirigían, de acuerdo con el documento Guatemala Historia Reciente de Flacso.

La noche del 11 de marzo se reúnen en Chuarrancho, acarreados por simpatizantes en varios carros. “Eran jóvenes bulliciosos, alegres, nerviosos. Por su cantidad, no pasaron desapercibidos por los comisionados militares del área. Entre bromas se enfundan en su traje de combate. Su armamento y pertrechos son básicos y escasos. Fue hasta ese momento, los conoce el hombre que los comandará: Carlos Paz Tejada.

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El recorrido comienza hacia el río Motagua, para después encaminarse a la sierra de Chuacús. Hoy ese tramo toma una hora en vehículo. A los jóvenes les tomó aproximadamente 36 horas, incluyendo la caminata nocturna del 12 de marzo, relata uno de los familiares quien hizo el recorrido recientemente.

Sin entrenamiento, algunos de ellos en malas condiciones físicas y deshidratados la columna avanza desperdigada en medio de una montaña árida, con escasos árboles y un clima caluroso.

En estas tierras y bajo estas condiciones, se enfrentaron durante unas tres horas por unos 200 soldados de la Brigada Guardia de Honor, armados, descansados y entrenados para el combate. La operación estuvo a cargo del coronel Porfirio del Cid, según documento de Flacso. Hoy en la aldea de Concuá nadie recuerda el lugar exacto del enfrentamiento. Todos lo olvidaron.

Los nombres de las víctimas de aquel suceso marcaron la historia del país y se encuentran grabadas en una plaqueta. Foto La Hora/Gustavo Grajeda

Los nombres de los trece fallecidos son: Guillermo Grajeda Cetina, Mauro de León, Francisco Barrios de León, Rodolfo Heller Plaja, Brasil Hernández, Jaime Facundo Reyes, Carlos Toledo Hernández, dirigente estudiantil de FUEGO; Alfonso Jocol, Moisés Quilo, Julio Roberto Cáceres, (apodado el Patojo); Octavio Reyes Ortíz, Marcial Asturias y Amado Izquierdo.

Tanto los presos como los muertos en combate fueron llevados a la cárcel de Salamá. Entonces, una de las más tenebrosas del país, legado arquitectónico de la Liberación y hoy convertida en un centro deportivo.

De los camiones bajaron a los prisioneros. Los cuerpos quedaron tirados en el piso del corredor en el patio del hospital. La morgue los recogió. Los vecinos se acercaron a los trece cuerpos, pero se debe a don Rigoberto Rizzo, quien compró las cajas para cada uno de los desconocidos para que fueran enterrados en forma individual y no en una fosa común.

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Días después llegan algunos familiares y reconocen algunos de los restos. “Noblemente el pueblo les da cabida a los féretros, un espacio en el cementerio, junto a sus familiares. Este gesto de anfitriones lleva ya casi 60 años”, afirma uno de los familiares.

PRISIONEROS DURANTE 15 MESES

Los capturados fueron consignados y quedaron detenidos en la Penitenciaría de Salamá durante 15 meses. Uno de ellos era Rodrigo Asturias Amado, quien más tarde se convertiría en el comandante Gaspar Ilom y fundador de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). Se sabe que Asturias se salvó por dos situaciones. La falta de condición física “porque tenía problemas de adaptación”. Otro sobreviviente especificó que “tuvo la suerte de ser gordito”. como relató en una nota de prensa en 1998. Además, pudo favorecerle que su padrino era nada menos que Ydígoras Fuentes.

Los demás capturados eran: Julio Rodríguez Aldana, Raquel Archila, Irineo Locón, Hugo Rodríguez, Eduardo Aragón Gómez, Roberto Figueroa (apodado Rigoberto Molina) y Leonardo García Benavente. Sin embargo, el reciente libro Militantes clandestinos de Juan Carlos Vásquez Médeles añade dos nombres más: Leonardo Figueroa Hidalgo y Eduviges Aragón Ortíz.

Aún se busca que sean recordadas las memorias de estas personas. Foto La Hora/Gustavo Grajeda

EN EL ABANDONO

Muchos de los salamatecos no conocen la historia de los trece enterrados. Unos creen que eran estudiantes de una excursión escolar, otros que fueron resultado de alguna de las masacres cometidas. Esto último no es de extrañar, pues durante el conflicto armado, muchas veces esa fue la verdadera situación, afirma el salamateco Raúl Fernández.

“Duele la muerte de estos jóvenes entregados, comprometidos, idealistas, pero duele más ver el abandono actual de sus restos. Por ejemplo, Carlos Toledo Hernández, líder del movimiento estudiantil FUEGO, era un encendido y nato orador. Ahora su tumba es de las últimas, pegadas al cerco de alambre que limita el cementerio. Una plancha de cemento sin lápida y con pintura negra escrito “Carlos Toledo: 13 de marzo de 1962” es lo único que lo conmemora, señala uno de los familiares.

“Somos un pueblo despolitizado. Los mismos pobladores los delataron. Irónicamente las condiciones de pobreza más que seguir igual han aumentado debido al sistema y los fenómenos naturales”, comenta la excombatiente del PGT, Marta Aurora de la Roca.

Foto histórica de los estudiantes que de diferentes maneras se involucraban en los sucesos del país. Foto Chiqui Ramírez

Antonio Móbil, exmilitante del PGT, recuerda a su cuñado Rodolfo Heller Plaja, quien en suma fue asesinado en lo que califica fue una aventura suicida, precipitada, que cobró las primeras víctimas del inicio del conflicto armado. “No era el momento ni las condiciones”, concluye.

Si bien algunos analistas consideran este episodio como el inicio del movimiento guerrillero urbano y la semilla que dio vida a los siguientes grupos insurgentes; según el documento de FLACSO, “lo que sí demostraría era que un triunfo revolucionario por medio de la guerra de guerrillas no sería tan sencillo y rápido como parecía”.

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