POR CLAUDIA PALACIOS
cpalacios@lahora.com.gt

Decepcionados, temerosos, cansados, nostálgicos, endeudados, enfermos, optimistas o expectantes. Hasta el 8 de agosto, 50 mil 487 guatemaltecos regresaron al país deportados desde Estados Unidos. La mayoría fueron detenidos en el camino hacia alguna ciudad que les ofrecía la vida que Guatemala les negó. Otros, regresan a su tierra natal, tras años en el exterior. Cualquiera que sea su situación, las condiciones que los obligaron a partir siguen vigentes y, aunque el discurso oficial ensalza con recurrencia la importancia de los migrantes para el país, no existen políticas efectivas que los motiven a quedarse en el mismo.

La marimba suena a todo volumen por los parlantes. Un rótulo en la pared del fondo les recuerda que regresaron al punto de partida: «Ya estás en tu país y con tu gente».

Uno a uno, los 110 migrantes guatemaltecos retornados se van ubicando en las sillas dispuestas en filas de veinte por seis. En cada asiento hay una bolsa de papel y una botella de agua. Dentro de la bolsa está la merienda proporcionada por el Ministerio de Relaciones Exteriores (Minex).

Algunos sonríen, platican entre ellos, parecen conformes con su destino. Otros, en cambio, permanecen en silencio, cabizbajos, no hablan con nadie; unos incluso se notan enfermos.

Las voces de los recién llegados se mezclan con la música en un griterío desordenado, hasta que una voz de mujer impone el silencio: «¡Bienvenidos nuevamente a su país!».

Marta Muñoz entra en su papel. Está vestida con el uniforme de la Dirección General de Migración (DGM), un pantalón azul oscuro y una camisa blanca; su cabello rubio esmeradamente arreglado apenas se mueve mientras emite su discurso de motivación.

Su trabajo consiste en animar a los deportados, en convencerlos de que, regresar al país del que partieron por el hambre, la inseguridad, para reunirse con sus familiares o para trabajar por una vida diferente, no es un fracaso.

«¿Acá dónde estamos?, ¿alguien sabe?», pregunta Muñoz a los migrantes. Muchos gritan que no, pero otros sí lo saben: no es la primera vez (y probablemente tampoco la última) que están ahí.

Estos se debe a que usualmente el costo del viaje incluye de tres a cinco intentos para cruzar la frontera, dependiendo del coyote. «Muchos que vienen aquí de un solo piden que los lleven a Tecún Umán, para regresar al camino», comenta un trabajador de la DGM.

«Son las instalaciones de la Fuerza Aérea Guatemalteca, ubicada en la avenida Hincapié, zona 13. Es un pequeño recordatorio para cuando ustedes hagan una llamada a sus familiares, sepan dónde es que están», se responde la motivadora a sí misma.

«Díganme cómo se sienten. ¿Cómo se sienten de venir a Guatemala?», pregunta Muñoz. La mayoría contesta con ánimos: «¡Bien!».

Unos pocos «¡mal!» se escuchan dispersos en el auditorio.

«Déjenme decirles que en la vida hay momentos en los que uno no entiende por qué pasan las cosas, pero sepan que los guatemaltecos sabemos salir adelante. Ustedes todavía tienen el regalo de la vida», los anima.

«¿Hace cuánto que no degustan unas sus tortillitas de comal, queso fresco y platanitos? No, señores, si como esta tierra no hay otra. ¿Cuántos colores tiene Guatemala? Somos una amalgama de colores. Miren nuestras montañas y miren nuestro cielo, miren nuestro traje típico. Estamos llenos de color, de sabor y de olor ¡Bienvenidos a su país señores!», concluye la trabajadora de la DGM, y es seguida por aplausos.

BIENVENIDOS

Pero la bienvenida amistosa al país llega hasta la puerta que divide las instalaciones de la Fuerza Aérea y la avenida Hincapié. Afuera, Guatemala sigue siendo el mismo país del que huyeron y las causas que los obligaron a dejarlo siguen presentes.

Las atenciones del Estado para con los deportados también llegan hasta la puerta. En el centro de recepción de migrantes de la Fuerza Aérea hay representantes del Ministerio de Relaciones Exteriores, quienes son los responsables de proporcionarles el almuerzo y el servicio de bus que los acercará a sus hogares. Al fondo del salón, un representante de Banrural ofrece el servicio de cambio de moneda. Además, hay un médico del Ministerio de Salud que ofrece atención médica general a quienes lo necesiten.

Mediante una breve entrevista, la DGM se encarga de recolectar los datos de los deportados: nombre y fecha de nacimiento real (muchos mienten al ser detenidos), actividad laboral a la que se dedicaban antes de irse; departamento, aldea o municipio del que son originarios, fecha de la última vez que salieron del país, una firma, una foto y sus huellas digitales.

Las autoridades les entregan las pertenencias con las que fueron detenidos en una bolsa plástica roja y se despiden de ellos. A partir de ahí, están por su cuenta.

Afuera, junto a la puerta de salida del salón de recepción, una representante del Consejo Nacional de Atención al Migrante de Guatemala (Conamigua), ofrece orientación y programas de capacitación a los deportados.

Sin embargo su escritorio se pierde entre la presura por alcanzar los buses que los llevarán a las terminales y entre otros escritorios que pertenecen a organizaciones de carácter civil que ofrecen información, hospedaje, llamadas telefónicas y oportunidades laborales en centros de atención al cliente a los recién llegados. Sólo cuatro personas se acercan para dejar sus datos.

SIN POLÍTICAS PÚBLICAS

En 2015, el Instituto Técnico de Capacitación y Productividad (Intecap), como parte de un convenio con Conamigua, impartió 121 talleres de capacitación a migrantes, retornados forzados y sus familias. En total se registraron 2 mil 512 personas beneficiadas, aunque ese año 105 mil 172 guatemaltecos fueron deportados.

Además, el Consejo también impulsa una Carrera de Operadores de Turismo. El proyecto se implementó en la Aldea San José Calderas en San Andrés Iztapa, Chimaltenango con un grupo de 23 familiares de migrantes retornados durante la redada de Postville, Estados Unidos, en 2008.

Según indica Alejandra Gordillo, directora ejecutiva de Conamigua, el objetivo es expandir el proyecto de operadores de turismo hacia todas las regiones. Asegura que las capacitaciones buscan promover el desarrollo económico de los migrantes y sus familias, para evitar que vuelvan a irse del país.

Sin embargo, el flujo permanente de guatemaltecos hacia Estados Unidos pone a prueba la efectividad de dicha política.

El año pasado, 105 mil 172 guatemaltecos indocumentados fueron retornados forzosamente. Esta cifra significó un incremento del 9.2 por ciento con respecto al 2014, cuando se registraron 96 mil 271 guatemaltecos deportados. Según la DGM, al 8 de agosto de este año 50 mil 487 connacionales han regresado por las vía aérea y terrestre.

A nivel de políticas públicas, las capacitaciones del Intecap son las únicas medidas de integración laboral de retornados que impulsa el Estado, ya que el Ministerio de Trabajo no tiene un programa para ello.

INTENTO FALLIDO DE GENERAR POLÍTICAS

Un delegado del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, a cargo del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, explica que a partir del 2014, cuando se dio una crisis por el creciente flujo de niños migrantes no acompañados y núcleos familiares hacia ese país, las autoridades comenzaron a tomar mayor interés en la recepción de los grupos de deportados.

El delegado pidió no ser citado debido a que no es la persona autorizada para emitir declaraciones.

«Estados Unidos donó fondos para la región, para que tuvieran capacidades de recibir a gran flujo de deportados, y la idea era capacitar agencias y personas que podrían dar servicios humanitarios directos. Porque, ahora, no estábamos hablando solo de adultos que acostumbraban a irse cada año, sino de una población expansiva, vulnerable, que necesitaba sentir el abrigo de su país y tratar de quedarse», señala.

El funcionario estadounidense lamentó que, por motivos de seguridad, en la Fuerza Aérea Guatemalteca no se pudiera expandir el centro de recepción de migrantes, como se hizo en El Salvador y Honduras.

«El Salvador es el modelo para la región. Queremos emular lo que han hecho ellos allá. Estamos en pláticas y esperamos que se pueda lograr la expansión», dice.
Según explica, en El Salvador la situación de seguridad no es un obstáculo, pues para las deportaciones se utiliza el aeropuerto comercial.

«Trabajando con la Dirección General de Migración de allá, lograron usar un espacio vacante en su sede, cerca de un albergue. Entonces, quienes llegan al aeropuerto son trasladados a la sede, a un nuevo centro de recepción en la capital, donde tienen todas las capacidades para todas las secciones: médicos, psicólogos y personas enfocadas en la integración y seguimiento de los casos de deportados», asegura.

En el 2014, cuando se intentó hacerlo en Guatemala, sólo se logró un espacio pequeño para la recepción de familias y niños no acompañados.

EL AGRIDULCE RETORNO

En el cuarto intento de cruzar la frontera hacia Estados Unidos, Óscar perdió todas sus pertenencias y llegó a la Fuerza Aérea sólo con la ropa que tenía puesta.

«Cuando me agarraron sí andaba dinero en pesos y mi ropa, pero me lo quitaron y no me lo entregaron. Llegué aquí sin nada, sin dinero, ¿qué hacer? no tengo cómo llegar ni a mi casa, vivo lejos, hasta la frontera», relata sentado en el comedor de la Casa del Migrante.

Óscar salió del país por las mismas razones por las que miles de guatemaltecos dejan sus hogares todos los años: «luchar la vida y mantener la familia», según sus propias palabras.

En su pueblo gana Q50 al día trabajando como agricultor (alrededor de Q1 mil 500 mensuales), un salario insuficiente para mantener a su familia, conformada por su esposa, su hija y sus padres.

Cuando vivió una temporada en Estados Unidos, hace algunos años, llegó a ganar US$2 mil 500 mensuales (aproximadamente Q18 mil 750), trabajando como mesero en un restaurante chino.

Regresar fue duro para Óscar, pero hubiese sido más duro si la Casa del Migrante no lo hubiera acogido una vez regresó a Guatemala, ya que las autoridades encargadas de la recepción de deportados le indicaron que no podían ayudarlo a llegar a su casa, porque se habían acabado los fondos para el pago de boletos a los diferentes municipios y no existe ningún albergue de carácter estatal para retornados nacionales.

«Si la Casa no existiera esas personas dormirían en la calle, porque no tienen ni para pagar un hotel. Muchas personas que han llegado a la capital y no conocen de la existencia de la Casa han sido violentadas, entre ellos mujeres y niños», indica Carlos López, administrador de la Casa del Migrante ubicada en la zona 1 de la capital.

La Casa del Migrante es una institución de la Iglesia Católica que está a cargo de los misioneros de San Carlos Scalabrinianos, cuyo carisma es el acompañamiento a los migrantes.

La Casa da atención a personas de otros países que viajan hacia el norte o guatemaltecos que se movilizan del campo a la ciudad, así como connacionales que han sido deportados.

«Se les brinda un espacio de acogida digno, limpio, se les proporciona comida, ropa, llamadas para sus familiares, sea que ellos estén aquí en el país, en Estados Unidos o México. Además, hay un compañero disponible para retirar remesas porque la mayoría no tiene documentos», explica López.

En Guatemala hay tres casas de los scalabrinianos: una en la ciudad capital, otra en Tecún Umán, San Marcos y otra en la aldea Entre Ríos, Izabal.

El trabajo de los tres lugares de acogida es único e invaluable para los migrantes, sobre todo en un contexto de abandono del Estado hacia dicho sector de la población.

A la Casa del Migrante han llegado personas deportadas que están enfermas, sufren problemas mentales o tienen traumas derivados de experiencias vividas en el camino, las cuales no reciben ningún tipo de atención por parte de las autoridades, indicó López.

«Este es uno de los conflictos que tenemos a veces con las instituciones del Estado porque tienen la obligación de recabar toda la información por cada migrante que viene deportado, pero como quieren hacer su trabajo fácil, solo dejan a las personas con nosotros y hemos tenido personas enfermas hasta por un año, hasta que se sanan», explica.

SIN RAZONES PARA QUEDARSE

«La verdad, política de Estado como reinserción al sistema laboral, al sistema económico, no hay ninguna. La única política es recepción en la Fuerza Aérea, es el equipo que les canta el himno nacional y les dice bienvenidos a Guatemala y este es su país. Esa es toda la asistencia que el Estado tiene. De ahí, entre más rápido pueden despacharlos de la Fuerza Aérea para las terminales de buses para irse a su casa, mejor todavía», dice López.

Según explica, incluso el pago de boletos de bus hacia las comunidades es limitado, ya que no siempre se aplica y eso deja a los migrantes en vulnerabilidad.

«Ahora no pagan boletos hasta las comunidades, sólo los llevan a la terminal para que ellos de ahí vean cómo hacen. A la hora de llegar, hay temas muy delicados ahí, el Estado los puede estar regresando a la boca del lobo. Si es una persona que salió porque fue extorsionada regresa a su lugar de origen, lo regresa con un alto grado de peligrosidad. Después ¿qué sucede ahí?, ¿qué responsabilidad tiene el Estado?, no hay ninguna», dice.

La DGM y el Minex se defienden argumentando que sus funciones son limitadas en cuanto a la atención a los migrantes y que existen otras instituciones, como Conamigua, encargadas de dar seguimiento a los casos y buscar la reintegración de los connacionales que regresan.

López también advierte que quienes deciden viajar hacia Estados Unidos usualmente adquieren deudas grandes para pagar a los coyotes, por lo que si son retornados, no tienen otra opción de internarlo de nuevo.

DEPORTADOS QUE APOYAN A LOS DEPORTADOS

La Asociación de Retornados Guatemaltecos es una organización fundada en 2014 por deportados, que ahora buscan promover mejoras en la atención de quienes pasan por esa situación

«Estamos cumpliendo una función de orientación a los compañeros retornados, dado que a pesar de que aquí adentro (Fuerza Aérea) existen instituciones de ayuda para ese retorno forzado, la mayoría de ellos vienen desorientados y en la mayoría de casos enfermos y en descontrol para cuando son traídos», explica Héctor Colindres, miembro de la asociación.

Colindres señala la misma ausencia de políticas de reintegración que el administrador de Casa del Migrante. «Lamentablemente, las autoridades solo dan el ingreso legal al país, pero de ahí no hacen absolutamente nada por ellos. Lo que nosotros tratamos de hacer acá es minimizar en ellos la situación dolorosa del retorno», dice.

De acuerdo con el activista, la organización a la que pertenece, está trabajando con una Comisión Presidencial. «La idea es cambiar todo eso que venimos a ver acá. Les estamos dando seguimiento a las personas y estamos trasladando todos los datos que recabamos para mejorar la situación e impulsar políticas para los deportados», asegura.

Marvin Mérida fue nombrado comisionado presidencial para los migrantes por Jimmy Morales. En una entrevista telefónica el delegado asegura que se está desarrollando una política integral para procurar la reintegración laboral de los deportados.

«Para el mes de septiembre tenemos programado integrar a algunos migrantes a distintas áreas de trabajo. Solo que sí estamos siendo demasiado cuidadosos en la investigación de perfiles. Ya tenemos un banco de dato de datos de más o menos 2 mil 500 perfiles sobre los cuales estamos trabajando estadísticas», detalla.

De acuerdo con Mérida, ya se están consolidando alianzas entre instituciones públicas y empresas privadas para dar vida al plan. «Es un trabajo titánico, la problemática es tan amplia que todo el Gobierno tendría que meterse en esto, pero la gran ventaja es que para el señor presidente la migración es una prioridad».

LOS QUE SE QUEDAN

También hay otros que deciden quedarse. «No deseo volver a Estados Unidos porque me fue mal. Estuve dos noches con aparatos en el cuerpo, que ya no podía respirar porque se me subió la presión», relata Víctor Vicente.

«Mi esperanza era ver si superaba a mi familia porque tengo tres niñas pequeñas», dice. Vicente trabaja como agricultor en Santa Catarina Mita, Jutiapa, actividad con la cual gana Q70 diarios.

Lo detuvieron en Ojinaga, Chihuahua, a orillas del Río Bravo y la experiencia que lo puso al borde de la muerte fue suficiente para decidir no regresar, pese a que aquí no podrá darle a su familia la vida que quisiera. «Estoy triste, pero agradecido con Dios porque vengo vivo. Para mí ya no, aunque sea pobremente, pero en mi país», dice.

Vicente se queda en la Fuerza Aérea, esperando a un amigo que llegará a recogerlo junto con otros dos compañeros de viaje que también son originarios de Jutiapa. Los dos jóvenes a su lado afirman que volverán a intentar cruzar la frontera, que se arriesgarán otra vez, que no pueden quedarse en Guatemala.

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