Por Grecia Ortíz
gortiz@lahora.com.gt
La vida de María del Carmen López o «Mamá Carmen», como le llaman sus seres queridos, sufrió un cambio después que su hijo fue secuestrado y permaneció extraviado por más de dos años. Esa experiencia transformó su vida y la hizo más sensible a la niñez abandonada. Fue la razón por la que decidió fundar el «Hogar de Mamá Carmen», que se sostiene de donaciones.
Todo empezó con una travesura. Corrían los tiempos del conflicto armado interno y su hijo tenía 12 años y estudiaba los básicos en un centro educativo ubicado en la zona 12, en las cercanías de la Universidad de San Carlos (Usac).
Sin saber las consecuencias de su decisión, su hijo no le entregó una nota donde el centro escolar avisaba a los padres de familia que los alumnos se retirarían antes de tiempo, y en vez de regresar a casa, el pequeño aprovechó para ir a las piscinas de la Usac junto a otros amigos.
La travesura del menor pudo pasar desapercibida, pero en esa época la Usac era un territorio de lucha. «Uno de esos días en que él se pasó a las piscinas, lamentablemente llegaron a sacar a unos estudiantes de la Usac, que parece estaban involucrados en la guerrilla, y al darse cuenta los soldados de los chiquitos que estaban en la piscina, también se los llevaron, y entre ellos estaba mi hijo», contó «Mama Carmen».
Cuando se hizo tarde y su hijo aún no regresaba a casa, Carmen salió a las calles en su búsqueda, repitiéndose una y otra vez a sí misma que «nadie le robaría a ninguno de sus hijos». Y así fue, pero para recuperarlo tendría que recorrer un largo y doloroso camino.
En retrospectiva, Carmen considera que el secuestro de su hijo fue «un propósito de Dios», porque eso transformó la manera en que miraba a los niños en las calles. «A veces escuchaba a mi hijo pidiendo auxilio y desesperada veía a niños en banquetas, desamparados», afirmó.
La búsqueda de su hijo la llevó por caminos peligrosos. En una ocasión se enteró por rumores de una vivienda donde supuestamente habían niños encerrados. En medio de su desesperación, decidió arriesgarse y mintiendo sobre el propósito de su visita logró ingresar al lugar. «Mi mayor anhelo era encontrarlo, gracias a Dios me dieron un trabajo y estuve tres semanas lavando mucha ropa», indicó.
En el lugar comprobó que había niños encerrados, pero ninguno de ellos era su hijo. Tras tres semanas, renunció y cambió el rumbo de su búsqueda, aunque no olvidó lo que había visto y oído en esa casa.
«El amor de una madre es como una leona herida cuando le quitan a su hijo. Esa era yo en ese momento, yo vi varios niños que se levantaron y me decían: ‘madrecita denos algo de comer, tenemos muchos días escondidos aquí y no nos dan nada de comer, ayúdenos por favor», aseguró.
Con valentía, decidió denunciar las condiciones en las que mantenían a los menores a las autoridades, aunque por esa decisión casi pierde la vida, pues los agentes que la acompañaron a un operativo, al no localizar nada fuera de lo común en la casa, la golpearon y la dejaron gravemente herida, creyendo que todo era una trampa. «Sobreviví por milagro de Dios, porque me dejaron muy lastimada», comentó.
Tras lo sucedido, las esperanzas de Carmen de encontrar a su hijo mermaron, pero de nuevo una pista le devolvió las ganas de vivir.
Una joven que escapaba de la guerrilla en El Salvador la motivó a continuar su búsqueda en las cárceles del vecino país, donde había escuchado historias de niños guatemaltecos encerrados.
Fue en el centro de detención de Mariona, de El Salvador, donde sus ojos vieron a un joven muy parecido a su hijo, pero la impresión le provocó un padecimiento en el corazón que la llevó al hospital.
Una vez afuera volvió al lugar y logró reunirse con su hijo. «Yo lo vi atrás de mí y entre sollozos grité que era mi hijo. Nos abrazamos. Él me decía que lo pellizcara y le jurara que nunca nos separaríamos», relató.
Pero al regresar a su vivienda, las preocupaciones no cesaron, pues el menor no lograba superar el trauma de los dos años que permaneció secuestrado. «Despertaba pidiendo que escondieran a sus hermanos y a mí, gritaba, yo sufría verlo tanto tiempo así», dijo.
El tiempo fue curando las heridas y a siete años de lo sucedido, «Mama Carmen» abrió un hogar para niños abandonados, el cual mantiene hasta el momento, con esfuerzo y sacrificio.
Su hijo sufrió un paro cardiaco catorce años después, no sin antes hacerla prometer que siguiera con la ayuda a los niños del hogar. «Yo quería que lo ayudaran, pero él me dijo que necesitaba descansar en paz, y me pidió que continuara con la misión, y que en cada uno de los rostros de los niños, encontrara fuerzas para seguir adelante».
Hasta hoy el hogar de niños de «Mamá Carmen» ha logrado afrontar adversidades económicas e incluso judiciales, ya que en una ocasión fue acusada de gestionar adopciones ilegales. Finalmente, las denuncias fueron desestimadas. «Yo batallaré por ellos, hasta que Dios me ayude con esas promesas que hice», indicó.
Si bien las dificultades se presentan a diario en el hogar, los 116 niños que hoy viven ahí siempre reciben sus alimentos y acuden a clases en escuelas y colegios. Algunos, incluso, han finalizado sus estudios y han formado sus propias familias. «Siempre estaré a su lado, no me voy a detener ayudaré a quienes lo necesiten», aseguró Carmen.
NECESITAN APOYO
El hogar de «Mamá Carmen» necesita de apoyo para la alimentación de los 116 menores que viven en el lugar. En ese sentido la entrevistada indicó que siempre son bienvenidas donaciones de víveres, ropa y otros artículos, y que también necesitan ayuda para la compra de uniformes y útiles escolares.
Si usted desea apoyar la labor, puede comunicarse al teléfono 24710669 en donde le pueden otorgar mayor información.
«Uno de esos días en que él se pasó a las piscinas, lamentablemente llegaron a sacar a unos estudiantes de la Usac, que parece estaban involucrados en la guerrilla, y al darse cuenta los soldados de los chiquitos que estaban en la piscina, también se los llevaron, y entre ellos estaba mi hijo».
«El amor de una madre es como una leona herida cuando le quitan a su hijo. Esa era yo en ese momento, yo vi varios niños que se levantaron y me decían: ‘madrecita denos algo de comer, tenemos muchos días escondidos aquí y no nos dan nada de comer, ayúdenos por favor».